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miércoles, 4 de mayo de 2011

LA TERRAZA DEL CINE DE VERANO




Hoy, hurgando en los recuerdos de mi infancia, quiero recordar los olores a jazmín de la terraza del cine de verano de Abla. Junto a la vera del paseo se encontraba uno de los lugares mas bellos y entrañables de mi pueblo. Oculta bajo el desnivel del terreno y el follaje de los árboles, humilde y silenciosa durante la semana, la terraza se vestía de blanco y verde para mostrar en su interior lo que sucedía en el mundo de fuera, cuando proyectaba sus películas. Su fachada blanca y tapiada ocultaba los tesoros, que gracias a la técnica, se mostraban en todo su esplendor a mis ojos inquisidores de aventuras y de mundos lejanos e imaginarios.
La puerta de madera tosca y fuerte, había que franquearla para después lanzarse en carrera por una pendiente rodeada de jazmineros y miles de flores blancas que porfiaban por mostrar la esencia de su fragancia. Aquel pasillo de sombras, olores y colores, la chiquillería lo pasábamos raudos y veloces para llegar a la explanada de tierra mojada y ocupar aquellas sillas incómodas y viejas y contemplar una gran pantalla blanca rodeada de flores y plantas, y alguna que otra salamanquesa espectante. A cada lado, se ocultaban dos grandes altavoces, que anunciaban el comienzo del espectáculo con canciones de Rafael Farina y Antonio Molina.
Al fondo, se encontraba una pequeña edificación cuadrada, diametralmente opuesta a la pantalla con dos grandes ojos y una pequeña puerta lateral. !Parecía mentira, que aquella pequeña habitación, creara un mundo virtual que nos dejaba boquiabiertos! Cuando la sesión empezaba, milagrosamente haces de luz se proyectaban en la pantalla blanca, amorfa y vacía y la llenaban de vida, ritmo y movimiento. De pronto aparecía el telediario semanal  o NO-DO, que magnificaba las excelencias, logros, y gestas del régimen, aunque lo que mas interesaba a la chiquillería era la revista deportiva. Partidos del Real Madrid o Barcelona que habían sido jugados dos o tres meses antes.
La aparición del "Gordo y el Flaco", era un acontecimiento ritual que no podía faltar, recibida con algarabía y aplausos y admiración por los mas jóvenes. Sus travesuras y aventuras se mantenían en el recuerdo semanal, hasta nueva sesión. Los personajes de Laurel y Hardy representaban a dos tipos a menudo muy tontos, eternamente optimistas, casi valientes en su perpetua inocencia. Su humor era físico, pero su tendencia a sufrir todo tipo de accidentes quedaba compensada por su gran amistad, sus tiernas personalidades y su devoción el uno por el otro. Eran dos niños adultos; un gordo y un flaco, cuya inocente forma de ver la vida les situaba siempre a merced de "furiosos propietarios, pomposos ciudadanos, policías airados, mujeres dominantes y jefes apopléticos".
Pasados los preámbulos, comenzaba la película, por lo general de "Espadas" o del "Oeste". La vida se paralizaba entre "indios y vaqueros," "espadachines y damas," aventuras y desventuras, "amores y odios". De pronto se proyectaba en la pantalla una escena subida de tono y cuando la tensión se mascaba en el aire, la pantalla perdía la imagen en la negrura de la nada. No, no era una avería; era D. Juan el cura que velando por sus parroquianos, ponía la mano sobre el objetivo para que no se viera el beso que incitaba a las  bajas pasiones, produciendose a continuación gran cantidad de silbidos y abucheos. Nunca comprendimos esa tutela de la Iglesia por la moral y buenas costumbres, a no ser que se hiciese como ejercicio, que alimentaba nuestra imaginación desbordante de niños y mayores. 
Ya teníamos nuestra fuente de inspiración para nuestros juegos semanales: todo se repetiría en la realidad, como la vida misma.



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