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martes, 23 de enero de 2018

Las Lumbres en San Antón




Hacía un frío que pelaba y calaba hasta los huesos. El brasero o la chimenea eran los únicos recursos asequibles para quitarnos el frío, eso o jugar en la calle hasta la extenuación, cosa que hacíamos con verdadero deleite y aplicación. Recuerdo las tardes-noches sentados en los trancos de la plaza contando cuentos e historias cual de ellas mas inverosímil, sin darnos cuenta como pasaba el tiempo, y las repetitivas llamadas de nuestras madres para cenar o hacer algún "mandao". El encuentro, la cercanía y la ilusión de la compañía de nuestros amigos de infancia, no tenía precio ni tiempo, y ni el frío o la incomodidad de los trancos, eran un impedimento para pasar largos ratos con ellos.
Hoy 16 de enero, hemos vuelto al pueblo  para celebrar a San Antón una de las fiestas más arraigadas en nuestro pueblo de Abla. Hoy hemos renovado esos encuentros que hicieron de nuestra infancia, pese a las dificultades, una infancia feliz y maravillosa, con mis amigos de siempre. Al menos, así lo he intentado vivir yo. La vuelta hacia las fiestas que marcaron nuestra infancia pueden causar una decepción, depende  de las expectativas con que se afrontan. Subí en coche por la calle Real para luego aparcar en los Granadillos y subir a pie por la calle de la Amargura hasta la plazoleta de San Antón, donde se encuentra la ermita. Hasta llegar allí no me crucé con ninguna persona. Una sensación de vacío embargó mi alma recordando a tantas personas con las que compartíamos rosas, vino y sobre todo amistad, vecindad y cariño.  Palpé la soledad junto a un sentimiento de añoranza de lo que fue a lo que es. Traté de suplirlo con mi imaginación y el recuerdo pero no lo conseguí: la calle iluminada por una luz tenue, acentuaba un sentimiento difícil de describir con palabras. Me preguntaba donde estaban esas personas entrañables  -que eran parte de mi- y por qué no se oían sus voces y cantos de alegría junto a las lumbres que cada casa organizaba en la puerta de su casa en honor a San Antón, y que hacían  de la calle real de Plaza para arriba, un pueblo con un mismo sentir, incandescente y vitalista que, iluminaba el cielo estrellado abulense con el crepitar de las hogueras, y a las pavesas, estrellas fugaces efímeras que desaparecían en la noche de los tiempos.
Mi llegada a la plazoleta de San Antón, me restituyó en el presente y la alegría con que fui recibido por mis amigos, mitigó la decepción de encontrarme ante una pequeña hoguera que ardía lentamente en un recipiente de metal de unos  dos metros cuadrados de lado. (cumpliendo así las nuevas ordenanzas). La inmensa hoguera que otrora ardía elevando sus llamas al cielo y rodeada por una multitud de mozos y mozas cantando coplas tradicionales, solo pervivían en mi imaginación y el recuerdo. El mosto, las rosas, las tapas y la acogida de nuestro amigo Manolo Herrerías, hicieron el resto, y gracias a él, la tradición de San Antón se mantiene  en vigor pese al paso del tiempo: gracias, amigo Manolo. Tampoco puedo olvidar a Julio Ortiz, su hermano Juán y la familia de Los Ricardines en donde acabamos la noche, -mis amigos y yo, junto a su hoguera del Paseo de San Segundo- degustando un vino mosto excelente y un chocolate con buñuelos, gracias a la generosidad de su señora. Terminamos cogidos de la mano y bailando en torno al fuego, recordando lo que fuimos y lo que somos.




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