calado hasta
los huesos
En una noche cerrada
caminaba con mi padre.
Yo, con un farol en la mano,
y él, con una vieja azada,
para regar en Las Viñas
hortalizas y vituallas.
Al pasar junto a un olivo
a la vera del camino,
nuestra mente recordó
el final de un triste sino:
la de un hombre que
en aquel árbol colgó,
la esperanza y su destino.
Ensimismados los dos
por el suceso presente,
y ocupada nuestra mente
por recuerdos tan recientes:
un golpe seco sonó,
sorprendiéndonos a los dos.
"¿Quién va?" -Se oyó la voz
temblorosa de mi padre-
levantando el azadón,
como quien desafía al miedo
para ocultar su temor,
y luchar contra el pavor.
Yo sentí un miedo atroz,
pensaba que un alma en pena
me arrebataba el farol,
y agarrándome a mi padre
encomendé mi temor
a aquel viejo azadón.
De pronto una voz sonó
desde el fondo de la noche:
-"No temáis que soy yo"-
Un amigo de mi padre
nos quiso gastar una broma,
y tirando una piedra
la estrelló contra una lona.
Tal explicación...,
a mi no me convenció.
Aquella noche de riego,
sombras y voces oía
en torno aquel azadón viejo,
que no pudo impedir
calarme hasta los huesos.
Pues, a cada paso que daba
mi padre en el caballón,
allí yo acudía todo presto
temblando con el farol.
Tal miedo era el que tenía
en torno a mi alrededor,
que hundí mis botas en el barro
desde los pies hasta el calzón.
antonio gonzález
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