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martes, 23 de febrero de 2016

Aquella tarde del 23 F







Nunca olvidaré aquella tarde del 23 F. Tenía 32 años y miles de proyectos en la cabeza por cumplir. Alguien con un tricornio y una pistola en la mano quería que todos los sueños, por los que tantos españoles habíamos luchado, se quedaran arrodillados en los peldaños del Congreso de los Diputados; allí cabizbajos y humillados. De pronto vivía en realidad lo que más parecía un sueño cinco años antes en la facultad de filosofía. Sentía el mismo escalofrío que recorría mi cuerpo cuando "los grises" (policía franquista -porra en mano-) nos perseguían por las calles de la ciudad universitaria de Madrid en los años más duros de la dictadura. No podía creerlo: Estaba asistiendo a un golpe de Estado tan real como la vida misma. Aquella tarde noche fue de las que nunca olvidaré. Con la oreja pegada a la radio y sin poder comunicar con mis padres y suegros, escuchaba atónito el bando militar del Teniente  General Milans del Bosch en Valencia con los tanques en las calles, y militarizando a todos los funcionarios de la administración, entre marchas militares y toques de queda. Noticias contradictorias y confusas eran emitidas por las cadenas de radio, sobre las adhesiones al golpe de las distintas regiones  militares, y pronto empezamos a familiarizarnos con los nombres de los golpistas y la de los antigolpistas. Fue una noche larga de espera y angustia, que a partir de las dos de la mañana fue clarificándose con la intervención del Rey ordenando a los golpistas a deponer las armas y ponerse a las ordenes del régimen democrático.
Hoy han pasado 35 años y parece que fue ayer. España -mi país- es hoy más próspero y reconocido en todo el mundo, como no lo fue  en ninguna otra época histórica. Su transición de la dictadura a la democracia fue un modelo estudiado por muchos politólogos e intelectuales de la ciencia política, que no dudan en ponerlo como paradigma de transición entre un régimen dictatorial a otro democrático, sin derramamiento de sangre y por su ejemplaridad y buen hacer. Pero como en toda actividad humana, siempre hay defectos que hay que pulir y perfeccionar. Actualmente hay muchos ciudadanos que se empeñan en desenterrar el hacha de guerra entre las dos Españas que tan generosamente nuestros antepasados supieron enterrar, mediante la transición del 78 y el advenimiento de la Constitución del mismo año. Algunos pretende volver a esos tiempos pretéritos de odio, revancha  y envidia. Pero la inmensa mayoría de mis conciudadanos no están por la labor, sino por el perdón y el respeto por todos aquellos que en uno y otro bando lucharon por sus ideales, y por el recuerdo de aquellos días para que jamás se puedan repetir. Hoy es uno de ellos.




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