la trastienda
Como hijo de tendero
me eduqué en una trastienda
aprendí allí tantas cosas
como se aprende en la escuela
ya desde muy pequeño.
Estudié las matemáticas
la gramática y la lengua;
a sumar cuentas muy largas
y aplicar las cuatro reglas
sin utilizar los dedos.
Desde una vieja cortina
observaba a la gente
de toda condición social:
Desde pobres de solemnidad
a los más pudientes.
Desde mi observatorio
veía a mi padre trabajar,
detrás de un mostrador
se afanaba por ganar
los recursos necesarios.
Vendía gorras de cuadros,
arroz, galletas, garbanzos,
gomas, libretas, estropajos,
y aunque llovía muy poco,
paraguas, todo fiado a plazos.
A la hora de pagar
no sacaban la cartera
ni una moneda siquiera,
señalaban la libreta:
anótalo hasta que pueda
Mi padre hacía un esfuerzo
por no perder la clientela,
y cada día que pasaba
anotaba más y más
en aquella libreta huera.
Los clientes aumentaban,
en la misma proporción
que aquel cajón se llenaba
de anotaciones y letras,
pero de billetes no.
Cuando llegaba un amigo
mi padre era muy generoso,
dejaba de ser tendero,
y sobre el mostrador
ponía, tocinito, pan, y mosto.
Un día mi padre cerró
aquella tienda ruinosa
donde todo se fiaba;
aunque la mayoría compraba
allí ninguno pagaba,
y así es como se arruinó.
antonio gonzález
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