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viernes, 5 de febrero de 2016

La Trastienda





la trastienda

Como hijo de tendero
me eduqué en una trastienda
aprendí allí tantas cosas
como se aprende en la escuela
ya desde muy pequeño. 

Estudié las matemáticas
la gramática y la lengua;
a sumar cuentas muy largas
y aplicar las cuatro reglas
sin utilizar los dedos. 

Desde una vieja cortina
observaba a la gente
de toda condición social:
Desde pobres de solemnidad
a los más pudientes.

Desde mi observatorio
veía a mi padre trabajar,
detrás de un mostrador
se afanaba por ganar
los recursos necesarios.

Vendía gorras de cuadros,
arroz, galletas, garbanzos,
gomas, libretas, estropajos,
y aunque llovía muy poco,
paraguas, todo fiado a plazos.

A la hora de pagar
no sacaban la cartera
ni una moneda siquiera,
señalaban la libreta:
anótalo hasta que pueda

Mi padre hacía un esfuerzo
por no perder la clientela,
y cada día que pasaba
anotaba más y más
en aquella libreta huera. 

Los clientes aumentaban, 
en la misma  proporción
que aquel cajón se llenaba
de anotaciones y letras,
pero de billetes no.

Cuando llegaba un amigo
mi padre era muy generoso,
dejaba de ser tendero,
y sobre el mostrador
ponía, tocinito, pan, y mosto.

Un día mi padre cerró
aquella tienda ruinosa
donde todo se fiaba;
aunque la mayoría compraba
allí ninguno pagaba,
y así es como se arruinó.
  
antonio gonzález



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