Olor de Cromos

No sólo la música recuerda lugares, sentimientos y emociones del pasado de un niño, sino también ciertos aromas que guardamos como un tesoro escondido y que nos recuerdan momentos de nuestra vida imborrables: La orza de los buñuelos, el mosto trasajado, el aceite de la despensa, la matanza del cerdo oreada, la leche en polvo de la escuela, el pegamento de la bici, los lápices de colores, la goma de borrar del cuaderno de mates...; son muchos los aromas que como testigos silentes de nuestro caminar, hablan el lenguaje de los recuerdos para hacerse presentes en un hueco llamado instante, para reconstruir una vida que dejó de ser, y a la vez, es. Pero hoy, recuerdo con toda viveza, el aroma a azafrán del álbum de cromos de fútbol del Chiquilin allá por los años  60. Mis primeros héroes inmortales por sus hazañas, venían impregnados por el olor a colorante de azafrán, tan irreales como el sucedáneo que les envolvía. La construcción platónica ideal de mi equipo, era más real que la realidad misma. Aquellos pequeños cromos estáticos en blanco y negro, pegados en estricta formación de: un portero, tres defensas, dos medios y cinco delanteros (uno, tres, dos, cinco), adquirían movimiento, mediante las retransmisiones deportivas por radio. La fugacidad de aquellos cromos jugando en un mundo ideal, combinaciones inverosímiles en movimiento, por el poder de la imaginación, contrastaba con la estaticidad del álbum impregnado -cada vez más- por el olor a pegamento que por el sucedáneo a azafrán. ¿Qué era más real aquél mundo construido por sueños infantiles, ilusorio, de héroes inmortales, o la realidad misma de la que tratabamos de escapar? ¿Acaso el fútbol no era el hueso que roíamos para olvidar el hambre de una época de miseria y escasez? Hoy así nos parece. Pero a mí nadie me puede quitar de mi memoria la emoción que sentí aquel día al rasgar el sobre, acompañado por el aroma del Chiquilín, y salirme el cromo de Di Stefano, delantero centro del Real Madrid, el que más se resistía para completar al equipo.