Decía Aristóteles que la memoria, -junto a la imaginación, la estimativa y el sentido común- formaba parte de los sentidos internos del hombre, en contraposición de los cinco sentidos externos, vista, oído, gusto, olfato y tacto. La filosofía siempre ha tenido especial predilección por la memoria. Platón ante el dilema de donde viene el conocimiento decía -mas o menos- que el sabio que lo sabe todo, no necesita saber mas pues lo sabe todo; mientras que el ignorante -que no sabe nada- tampoco sabe qué saber, por lo que yace en su propia ignorancia. ¿cómo salir de ésta situación entre el sabio y el ignorante? Siendo filósofo -amante de la sabiduría-: " saber es recordar, aquello que el alma contempló en el mundo de las ideas." El conocimiento en Platón está ligado a la memoria. Nace del esfuerzo y la tensión como búsqueda de la verdad que no se encuentra en las cosas de este mundo sino que estas son imagen y reflejo del verdadero mundo de las ideas.
La memoria está ligada a cada individualidad, a cada sujeto humano, a su propio yo. Los Empiristas ingleses -Hume entre otros- negó la existencia del yo manifestando que era "un haz de sensaciones" en su afán de reducir todo conocimiento al psicologismo, destruyendo la entidad metafísica del sujeto y su propia identidad, definiendo a la memoria como una sucesión de ideas sin base sustancial. La memoria es fundamental para reconocernos como individuos y dar continuidad a todos nuestros actos externos en el tiempo y nuestras vivencias internas. Es el "yo" como conciencia quien acompaña a nuestros actos y los hace suyos, impregnándolos de responsabilidad personal Sin ella perderíamos muestra identidad y nuestro yo se quedaría diluido en la nada. La experiencia vital tiene sentido porque descansa en la memoria. Imagina -querido lector- que lees esta página gracias a que aprendiste a leer, "recordando" los mecanismo que hacen posible esta actividad lectora. Asociada a los hábitos de aprendizaje, cumple un función esencial para nuestra adaptación al medio y superar con éxito los problemas de la vida y sus múltiples dificultades.
También los pueblos tienen una memoria que llamamos histórica. Fundamental para no perder su identidad. El alma de un pueblo reside en su historia, desde su génesis hasta nuestro días. Está asociada a hechos y hazañas del pasado, aveces gloriosos y de grandeza y otras veces a episodios de triste recuerdo. Pero unos y otros han de ser recordados, como orgullo patrio o reprobación. La guerra civil española fue una tragedia para nuestro País, de la que hay que extraer enseñanzas para que no se repitan errores pasados. Durante la transición a la democracia se hizo lo posible para olvidar las rencillas y enfrentamientos de las dos Españas, respetando los muertos de uno y otro bando y su memoria. La ley de la memoria histórica de Zapatero, ha vuelto a resucitar fantasmas del pasado, que habían sido olvidados, enfrentando de un modo innecesario a los españoles. En la España democrática ningún juez se opuso a la búsqueda de los restos de algún ser querido, cuando lo requería la familia. Los monumentos y los nombres de calles de la época franquista, han sido destruidos, aniquilados y sustituidos por ley, por otros de ideología afín, con afán de borrar el pasado, hasta que vuelvan otros de signo contrario, y vuelta a empezar. Es como si Alemania hubiera destruido los campos de concentración Nazi, para olvidar el horror vivido por tantos seres humanos. Craso error de un gobierno que no respeta el pasado histórico y no lo utiliza como recordatorio pedagógico, para generaciones futuras, como signo de reconciliación. El olvido del pasado embrutece el presente; pero falsificar el pasado por medio de una ley revanchista, adultera nuestra historia y la hace incompatible en una democracia moderna. Si bien, el pueblo que olvida su historia se condena a repetir lo peor de ella. Esto no nos lo podemos permitir.
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