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lunes, 29 de diciembre de 2025

 

Sucesión y Apostolicidad en la Iglesia primitiva. 



INTRODUCCIÓN.


La presente exposición tiene como finalidad reflexionar sobre el fenómeno apostólico y su sucesión, proponiendo unas líneas orientativas que ayuden a descubrir en qué consiste la sucesión apostólica como doctrina central de la Iglesia católica, ortodoxa y otras tradiciones cristianas. Según este principio, la misión, la autoridad y la gracia transmitidas por Jesucristo a los apóstoles se perpetúan a través del ministerio episcopal, mediante una cadena ininterrumpida que enlaza los orígenes del cristianismo con el presente.

Este enfoque adquiere especial relevancia en el contexto dels “Primer encuentro de Fe, Testimonio y Compromiso”, sobre los Siete Varones  Apostólico, que ha tenido lugar en Abla el 29 de noviembre de 2025. Si bien reconocemos la imperfección e insuficiencia de estas páginas, nuestro deseo hubiera sido desarrollar y ampliar los argumentos, insertándose en un esquema más extenso y profundo. Sin embargo, conscientes de la brevedad y las limitaciones derivadas del tiempo, presentamos estas reflexiones como punto de partida y bosquejo. Son, en definitiva, una invitación abierta a profundizar y dialogar sobre este hecho trascendental de la iglesia primitiva: cómo perdura y se transmite la gracia, la autoridad y la fe apostólica en la historia y qué implicaciones tiene este fenómeno en la vida y misión eclesial en nuestros días. Esta perspectiva permite integrar la historia, la tradición y el compromiso actual en una misma línea de reflexión, centrando la atención en la cadena viva de fe y ministerio que sostiene la identidad de la Iglesia desde los apóstoles hasta hoy.



Definición y fundamento teológico

La sucesión apostólica implica la transmisión de la autoridad de los apóstoles a sus sucesores, los obispos, por el sacramento del orden. Es vista como garantía de fidelidad doctrinal, comunión eclesial y continuidad histórica con el ministerio iniciado por Cristo. 
 “La sucesión apostólica es la trasmisión, mediante el sacramento del Orden, de la misión y el poder de los apóstoles a sus sucesores, los obispos. Gracias a esta transmisión, la Iglesia permanece en comunión de fe y de vida con su origen, mientras continúa a lo largo de los siglos su apostolado para la difusión del Reino de Cristo en la tierra.” (1) Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.  (176)
En pocas palabras, la sucesión apostólica se refiere a la creencia de que los obispos actuales de la Iglesia Católica son sucesores directos de los apóstoles.


Significado de apóstol en el Antiguo Testamento

El nombre de apóstol nos remite al mundo de habla semítica, y está en estrecha relación con el verbo hebreo "salah" (enviar). Pero "salah" no significa solo enviar en el sentido de despachar, sino que tiene un significado preciso: "enviar con autoridad". En el judaísmo postexílico existía una verdadera institución jurídica, que hacía posible en esencia ejecutar actos jurídicos en virtud de tal autorización o poder (por ej., la celebración de un matrimonio). 

El concepto de representación que subyace en la misión apostólica halla sus raíces en una tradición jurídica y religiosa muy antigua. Quien era investido de poder o autorización se convertía, en sentido jurídico y personal, en el representante mismo de quien lo enviaba. Este principio quedó consagrado en la tradición rabínica mediante el adagio. “el enviado de un hombre es como el mismo hombre”  (cf Ber 5,5;  cf. Jn 13,16). Tal afirmación no constituye una simple expresión figurativa, sino la formulación de un régimen jurídico-semítico de gran antigüedad, según el cual el enviado participaba de la autoridad y dignidad del mandante. 

En este marco adquiere plena significación la institución de la Saliah (enviado), cuyo trasfondo ilumina la praxis veterotestamentaria relativa al mensajero y al embajador. El enviado de un rey, por ejemplo, se entendía como representante legal y personal del soberano distante, de modo que su palabra y sus gestos no tenían un valor meramente individual, sino que manifestaban la autoridad de la instancia de la que provenía. Así se explica el gesto narrado en 1 Sam 25,40, donde Abigail honra a los mensajeros de David, reconociendo en ellos, de manera representativa, la dignidad del propio rey. No obstante, esta concepción no elimina la sujeción ontológica del enviado: el embajador, a pesar de la relevancia de su misión, seguía siendo siervo de su señor (1 Sam 25,41).

A partir de este trasfondo, puede afirmarse que la misión apostólica, en su estado veterotestamentario, revestía el carácter de una actividad personal en la que el apóstol no actuaba en nombre propio, sino como extensión viva y efectiva de la autoridad de quien lo había enviado. De ahí que su función no deba entenderse como un mero encargo ocasional, sino como la actualización de la representación misma del remitente en la persona y obrar del enviado.

 

Significado de apóstol en el Nuevo Testamento

En el Evangelio de Lucas se nos dice que es Jesús mismo quien llamó "apóstoles" a los Doce ( 6, 12 ss ); no obstante en otros textos neotestamentarios y especialmente en ( Rom 16, 7; Cor 9, 5 ss; Gal 1, 19, ) se les llama a éstos distintos de los doce apóstoles. Apoyándonos en la epístola a los Romanos de Pablo, éste define al apóstol como: “ministro de Jesucristo entre los gentiles, encargado de un ministerio sagrado en el evangelio, para procurar que la oblación de los gentiles sea aceptada, santificada por el Espíritu"  (Rom 15,16)
El apóstol, es en primer lugar el "enviado de Dios" para la "santificación" de las naciones y transformación del mundo en una oblación grata a Dios.  “Enviado de Jesucristo” quien le ha encargado directamente la misión de predicar el evangelio, enseñando todo lo que el Señor les ha enseñado y bautizando a todas las gentes en su nombre (Mt 28, 19-20). Pero no solo el apóstol es el encargado de predicar la palabra de Dios, sino que cobra especial significado la función de "ser testigo del señor resucitado"; es decir, aquel a quien el Señor muerto y resucitado se le ha manifestado como Señor que vive ( 2 Cor 5,20; 13,3) Por  (1 Cor 15,5) consta para Pablo que Jesús se apareció a Pedro y a los Doce. Esta aparición de Jesús confirma a Pedro y Pablo y a los Doce a testimoniar de su resurrección (Act 4,33) Por tanto, Cristo confirma como apóstoles a aquellos que han sido testigos de su resurrección y les da un poder en orden a su ministerio. 

Sobre el número doce, formado por el colegio apostólico, se fundamenta en las palabras de Pablo (Rom 16, 7ss), donde parece ser que tiene relación con Israel, el pueblo de las Doce Tribus y lo más probable es que se refiera al nuevo pueblo de Israel, fruto de la predicación cristiana y su consumación en Reino de Dios:

"En verdad os digo que vosotros que me habéis seguido en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente sobre el trono de su gloria, os sentareis también vosotros sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mat 19,28).

El origen de esta elección de los Doce es bastante oscuro y cabe la posibilidad de entenderlo "con miras al verdadero Reino de Dios, ellos anuncian y representan ese reino por venir que está ya anunciado. de este modo representan la plenitud del viejo y del nuevo Pueblo de Dios"  ( H. Küng, La Iglesia, Herder, Barcelona 1969, págs. 416-417 )

Una vez estudiado el significado de apóstol en el Nuevo Testamento y la colegialidad apostólica cabe preguntarse: ¿el título de apóstol lleva implícito el poder de gobernar a la comunidad con autoridad? Vimos anteriormente el carácter de "misión" que acompaña al apóstol, igualmente el ser "testigo" del Jesús resucitado. Para resolver este problema analizamos algunos textos del Nuevo Testamento que nos puedan dar una fundamentación del carácter de autoridad que lleva consigo el ser apóstol.

Primeramente en  Mat 16,1ss,  vemos como Cristo delega su poder como primado a Pedro ¿también a los Doce como Colegio Apostólico? Aunque este texto es muy discutido en su historicidad, se sabe con certeza que es histórico y que estas promesas eternas no solo valen para la persona de Pedro, sino también para sus sucesores; si bien esta consecuencia no está explícitamente indicada en el texto, es sin embargo legítima, si se atiende a la intención manifiesta que tiene Jesús (ipsissima verba Iesu) de proveer el futuro de su Iglesia con una institución que no puede desaparecer con la muerte de Pedro. 

Veamos lo que dice Hans Küng acerca de su historicidad: "Las palabras no fueron de Cristo, sino creación de la comunidad cristiana -según manifiesta R. Bultmann- aunque primeramente esto no parece psicológicamente posible. Además el texto no puede eliminarse tan fácilmente del Evangelio de Mateo. Es como el puente por el que el evangelista une a Cristo con la Iglesia" ( Hans Küng,  La Iglesia O. c. )  Se profundiza en la idea central en la teología de Rudolf Bultmann quien sostenía que el mensaje y la teología cristiana no debían fundamentarse en la búsqueda del Jesús histórico, sino en el “Cristo de la fe” que la comunidad primitiva creó y proclamó a través  de su interpretación y vivencia del Evangelio.  Dificultad para conocer el Jesús histórico. La Historia fáctica sólo nos llega por la tradición y se nos hace comprensible por la interpretación. En Mateo 18,ss, encontramos muchos conceptos importantes sobre la comunidad eclesial, especialmente en el v. 18 en el que Cristo concede autoridad a los Doce para que ejerciten su ministerio. Cfr. Ernst Kasemann, El Jesús histórico y el Cristo de la fe, Gottingen, 1964, I (187-214). "Según la concepción de Mateo en la Iglesia se da un pleno poder otorgado por Dios que afecta a la salvación y que, según la concepción del evangelista, está conferido a personas determinadas sin que ellas las obtenga de la comunidad" (Schnackenburg, La Iglesia en el Nuevo Testamento , págs. 93-94)"

La iniciativa salvífica procede de Dios. Es Dios mismo quien delega su autoridad al Colegio Apostólico, en orden al ministerio que desempeña a la comunidad del Pueblo de Dios. Autoridad pues recibida del mismo Dios en orden a la salvación y que tiene en Él mismo. En Mat 18,18;, queda probado que Jesús se dirige a los Doce, ya que la forma plural que usa el texto no tiene otro sentido que éste. Pero no solo -según Schnackenburg-  esta autoridad ha sido concedida a los Doce, sino también a los pastores de la Iglesia continuadores en la obra apostólica. (Luc 15,3-7; Mat 18,12-14;). También en (Jn 20, 21-23  encontramos el aspecto "misionero-enviado" de los apóstoles, a los cuales se les confiere poder para perdonar o retener los pecados. La misma misión y poder que Cristo ha recibido del Padre, es la conferida a los apóstoles. "El apóstol es el plenipotenciario de Cristo. No es por ende solamente testigo del Señor crucificado y resucitado (esto lo eran los más de quinientos hermanos de 1 Cor 15,6 ) sino que es también enviado y dotado de plenos poderes por este Señor mismo. Eso sí, no tienen de por sí, como Jesús mismo los poderes; en el nombre de Cristo lo ha recibido y solo en su nombre los puede ejercer." (Hans Küng, La Iglesia. O.c.)

Por la predicación del Evangelio el apóstol despierta la fe y reúne la comunidad de los creyentes. Así pues, por razón de su mensaje, recibido de Cristo, tiene poder para fundar y gobernar Iglesias. Su ministerio lo ejercita  por medio de la exhortación y sobre todo por la palabra. Es la base  donde la nueva comunidad de creyentes se apoya. En su oficio principal era el de presidir la asamblea eucarística, reuniones en las que se discutían problemas de la reciente Iglesia; cartas de orientación, y sobre todo por medio de la oración y los sacramentos unir a la comunidad con Dios. En el nacimiento de la nueva Iglesia, el día de Pentecostés, Pedro y los demás discípulos obran señales y prodigios ( Hch, 2, 41-7 ) en nombre del Señor resucitado. En ( Hch 15, 1-35 ) son los apóstoles en Pedro quienes presiden el primer concilio de la Iglesia en el cual se manifiesta claramente la autoridad de Pedro sobre el problema de la circuncisión. De este modo, como enviados y testigos del Señor muerto y resucitado, como predicadores maestros y fundadores y cabeza de la Iglesia, los apóstoles son los primeros en la Iglesia. "Sin el testimonio y el ministerio de estos primeros testigos públicos, autorizados por Cristo mismo, sin el testimonio de Pedro y de los Doce, también de Santiago y de los otros apóstoles hasta el postrero Pablo, la Iglesia no hubiera podido subsistir. La Iglesia estriba en el testimonio y ministerio apostólico, que son anteriores a ella misma. Los apóstoles son comienzo y piedra fundamental de la iglesia, cuyo cimiento, piedra y cimera es Cristo mismo. En este sentido, pues, la Iglesia está construida sobre el fundamento de los apóstoles ( y de los profetas ), pero la piedra angular es el mismo Cristo Jesús."  ( Eph 2, 20; Mat 16,18;) Hans Küng, La Iglesia. O.c. )


La sucesión apostólica en la perspectiva de la apostolicidad

Abordamos actualmente el problema de la sucesión apostólica en la perspectiva de la apostolicidad. No hay duda que los obispos son los sucesores de los Apóstoles, así lo afirma la Tradición y el Magisterio extraordinario, aunque han de hacerse algunas precisiones.

Los obispos son los sucesores de los apóstoles como maestros y pastores; su tarea principal es la de regir y apacentar las iglesias por ellos fundadas. No poseen el carisma de revelación de constituir una tradición normativa, sino que están sometidos a la tradición. La sucesión, en la autoridad del ministerio, es una sucesión del colegio a colegio, de grupo estable y estructural a grupo constituido; por eso cada obispo es, en el orden del ministerio pastoral, sucesor de los apóstoles. Hay igualmente una gran diferencia entre apostolado y episcopado: el apostolado pone a Jesucristo como fundamento; su elección y consagración provienen del mismo Señor. Los obispos son elegidos y consagrados por los apóstoles junto con la cooperación de la comunidad y la gracia del Espíritu.

Es difícil probar tanto históricamente como por la Escritura la sucesión apostólica. Sería constitucionalizar y pedir a los textos de la Escritura algo que no se planteaba en ellos. No obstante creemos que la tradición aquí supera a la Escritura y que se ha operado una transmisión total de la realidad de los ministerios que estructuran la Iglesia, más allá de lo que los textos puedan indicarnos sobre el tema. Por los textos de Mt 18 ss y Act 1,8, se descubre la conciencia que la Iglesia tenía de ser continuadora, en el espacio y en el tiempo, del mandato de Jesús a los Doce. Así Pablo comienza por establecer presbíteros en las comunidades que fundó.

Hay un momento decisivo en la Iglesia Primitiva que marca un cambio de rumbo; es el momento en el que los apóstoles consideran próxima su desaparición y otros han de sustituirlos. Su tarea será la de dirigir a las comunidades, conservar el depósito y asegurar la continuación de la obra apostólica. Estos serán los obispos, que Pablo nos habla en las epístolas de Timoteo y Tito, y a los cuales constituyen como tales mediante la imposición de las manos (1ª Tim 5,22). 

Ya en la época de Ireneo, Tertuliano, e Hipólito, la sucesión era cosa adquirida. Entonces surge la pregunta: ¿Es esta homogénea con los testimonios bíblicos? ¿Hemos establecido en concreto la sucesión apostólica o simplemente la sucesión de un ministerio instituido por los apóstoles? Por Clemente conocemos que existe la unidad de misión y de función, en Tito y Timoteo, los hombres probados de que habla Clemente, "hacen lo que habían hecho los apóstoles". Esto significa unidad de misión, de mandato y de función en el orden pastoral, estas comportan una autoridad entendida aquí como servicio y comunicada por Dios de forma actual ("acontecimiento") y horizontal ("institución").

Para los Padres de los siglos II y III la autoridad ejercida por los obispos en su ministerio es la que fue dada a los apóstoles y que el Espíritu comunicado en su orientación es el mismo del que fue investido Cristo. Así se mantendrá a través de la Edad Media que el episcopado tiene su fuente en Pedro, lo cual atestigua su unidad indivisa al mismo tiempo que su apostolicidad. 



Los componentes de la sucesión apostólica: Apostolicidad de Ministerio y de doctrina. La Tradición según la sucesión

La sucesión apostólica no es el simple hecho de la no interrupción en la ocupación de una sede, ni tampoco es un simple hecho de validez sacramental donde se da una energía transmisora que tendría lugar sin necesidad de otras exigencias más personales. Esto es falso. No es un simple hecho de consagración. La sucesión apostólica es sucesión en la tarea y consiste formalmente en la identidad de la función; su primera condición es la identidad de la fe. Igualmente supone la carga de una comunidad que exige comunión con ella y con toda la Iglesia.

La sucesión apostólica se opera por la consagración y la imposición de las manos. Supone la consagración en orden a realizar el verdadero culto sacramental. Sin embargo, la sucesión apostólica está constituida, como apostolicidad formal, por la conservación de la doctrina transmitida desde los apóstoles. Es esencialmente unidad, unidad de misión e identidad de doctrina, que tiene su concreción en la identidad de fe con la Iglesia. La misión de enseñar del obispo constituye y comporta la función de autoridad, pero esta no es por sí misma su propio criterio, sino que está condicionada por su fidelidad a la tradición de los apóstoles. El criterio de la ortodoxia del obispo será la unión comunión con Roma y las demás Iglesias en la fe, en las costumbres, y en los sacramentos. 

Igualmente podemos decir que es toda la Iglesia, el Pueblo de Dios, la que sucede a los apóstoles. Así lo manifiesta la Lumen Gentium: El Espíritu Santo  “es para la Iglesia entera, para todos y para cada uno de los creyentes el principio de su reunión y de su unidad en la doctrina de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y las oraciones"  (L.G. 13)

Así la sucesiones apostólica va ligada a la continuación de la Iglesia hasta el final de los tiempos: “Esta divina misión confiada por Cristo a los apóstoles ha de durar hasta el fin de los siglos, puesto que el Evangelio que ellos deben transmitir es en todo tiempo el principio de vida para la Iglesia. Por lo cual los apóstoles en esta sociedad jerárquicamente organizada tuvieron cuidado de establecer sucesores” (LG 20). De aquí no es difícil deducir los dos elementos de la sucesión apostólica: en primer lugar el Evangelio, y luego los evangelizadores que tienen el cargo de transmitirlo.

La apostolicidad de toda la Iglesia se realiza en la permanencia en la fe de los apóstoles. No se puede admitir -dice H. Küng- una sucesión de las funciones jerárquicas, solamente, sino también una sucesión en los servicios y ministerios. Especialmente reivindica en particular el lugar de los carismas y la sucesión en las funciones de profeta y de doctor. Ha de haber conformidad entre fe y servicio. No conviene reducir a los apóstoles a la función de testigos únicos, olvidando el aspecto de poderes, ni reducir la presencia del testimonio apostólico actual a los escritos del N T, olvidando la tradición real.

Apostolicidad de doctrina y apostolicidad de ministerio deben ser mantenidas juntas en la teología de la apostolicidad. En los siglos XIV y XV se había creado una disociación entre lo ontológico y lo jurídico. Se había desarrollado, por una parte un magisterio de tipo escolar y doctoral, y por  otra, una autonomía de lo jurídico, atribuyendo un carácter absoluto al ejercicio  de las estructuras de autoridad. Hoy día se redescubre la interioridad de la fe en el sacramento. Igualmente, habría que hacerlo con la consagración sacerdotal y episcopal, se descubriría la relación entre misión y consagración, entre predicación y actividad cultual.


La Iglesia Primitiva: Su contexto histórico-filosófico

El cristianismo, es un fenómeno histórico-cultural que surge a finales del mundo antiguo. Como hecho cultural, se manifiesta en un modo filosófico de pensar sobre el mundo y el hombre. Desde un punto de vista  histórico-cultural, la religión cristiana es la síntesis de dos grandes fenómenos: la región judía y la cultura helenística del Imperio Romano. 
Para el cristianismo no fue nada fácil convivir con la filosofía helenística. A mediados del siglo I, en torno a los años 60 y 70 d.C. En este período, la Iglesia primitiva tomó conciencia de la sucesión apostólica en las comunidades fundadas por Pablo. Sus doctrinas religiosas chocaron con el modo de pensar pagano en varios aspectos paradigmáticos:  la Historia, el monoteísmo, la epistemología, la antropología, la ética.

Las Cartas de S. Pablo incluye las bases conceptuales de la nueva religión, que debían servir en los siglos siguientes, como puntos constantes de referencia de las disputas teológicas y de las interpretaciones filosóficas. Estas bases o principios conceptuales pueden resumirse de la siguiente manera:


-  Dios es cognoscible a través de sus obras (Rom 1, 18-25)

-  La doctrina del pecado original y de la redención mediante la fe en Cristo (Rom, 5,12)

-  El concepto de gracia como acción salvadora de Dios  por medio de la fe (Rom 5,15,16)

-  La identificación del reino de Dios con la vida y el espíritu de la comunidad de los fieles la Iglesia          (Rom 12,5 ss)   (Abbagnano, Hª de la Fª , pág.227-228)

La filosofía griega y la filosofía cristiana están profundamente ligadas a sus contextos religiosos y culturales, pero también muestran diferencias esenciales en relación con la religión. La filosofía griega nace en un contexto donde la religión y la mitología son parte integral del discurso explicativo del mundo, aunque con el surgimiento del pensamiento filosófico se produce un proceso de ilustración racional que racionaliza y depura esas creencias mítico-religiosas sin eliminarlas del todo. 

Por su parte la filosofía cristiana se sustenta en una historia y fe revelada en la persona del Dios encarnado, marcando una relación entre Dios y la historia que contrasta con la conexión entre Dios y el cosmos propia de la filosofía griega tradicional. La Hª recobra a un Dios providente que se ocupa y preocupa directamente de los asuntos humanos. Más que eso, Dios  ha entrado en ella mediante la Encarnación situando este hecho trascendental como el acontecimiento más importante de la Hª adquiriendo un sentido y significado a la luz de este hecho. Sin embargo, el pensamiento griego consideraba la Hª como algo circular y cerrado, sujeta al determinismo lógico de la razón natural. 

La sencilla verdad del mensaje cristiano a los humanos es la reconciliación entre el ser humano y Dios, entre la naturaleza humana y la divina, y entre las obras humanas y los designios divinos. Esta reconciliación se realiza mediante la encarnación de Dios en Cristo, quien adopta forma mortal para dignificar la humanidad y proyectarla hacia un destino trascendente, culminando un proceso de revelación divina. Este proceso continúa en la Iglesia  como depositaria del depósito de la revelación y la fe con  los apóstoles y sus sucesores los varones apostólicos.

Este contexto histórico cultural dominado por el pensamiento helenístico, nunca aceptó, es más, se enfrentó a las verdades reveladas del cristianismo por considerarlas ridículas y absurdas. Entre ellas, la confesión de un Dios sufriente, la predilección de Dios por el pueblo judío, la fecha elegida y no otra, etc. Todo ello chocaba con la concepción de un Dios majestuoso, omnipotente, omnisciente.  

 
Las consecuencias de la sucesión apostólica aplicadas al caso de los “Siete Varones Apostólicos”

Las principales consecuencias que se pueden extraer de la falta de demostración histórica clara o de la novedad en la historicidad sobre los varones apostólicos respecto a la sucesión apostólica son las siguientes:

La verdadera sucesión apostólica implica una continuidad histórica verificable  en el ministerio y en la transmisión de la fe apostólica. (cfr. LG 20) Cuando faltan fuentes documentales  o evidencias sobre los supuestos sucesores -como ocurre  con los siete varones apostólicos- no puede afirmarse con certeza histórica su vinculación directa al apostolado original por más que la tradición lo repita.

La  tradición eclesial puede mantener el recuerdo y la veneración de ciertos varones “apostólicos” como primeros evangelizadores, pero esto responde más a una lectura espiritual y simbólica concreta de los orígenes que a una garantía histórica concreta de sucesión histórica formal. No existe autoridad apostólica “de hecho” sin identidad de fe, comunión eclesial y fundamento en la transmisión histórica, lo que  en estos casos no puede demostrarse con rigor documental.

Si no hay testimonio claro de la doctrina transmitida, ni pruebas de comunión efectiva con la Iglesia y los sucesores apostólicos reconocidos, no puede hablarse de una sucesión apostólica en sentido estricto según la teología católica; sólo puede afirmarse una transmisión espiritual o pastoral local. Las figuras atribuidas como “varones apostólicos” pueden conservarse como símbolos de la evangelización y como memoria venerable de los orígenes cristianos de una región. Sin embargo, es indispensable distinguir entre la veneración espiritual, que no puede ser negada, y la continuidad apostólica formalmente reconocida por la Iglesia universal, que exige datos históricos, doctrina transmitida y comunión con la Iglesia.

Al exponer el caso de los siete varones apostólicos, debe aclararse que la sucesión apostólica no se basa solamente en la tradición oral o la veneración local, sino en datos históricos verificables, transmisión fiel de la doctrina y comunión efectiva con la Iglesia. En ausencia de fuentes históricas y documentación acerca de su ministerio y fe, la Iglesia reconoce su memoria como manifestación piadosa de los orígenes, pero no como prueba de sucesión apostólica estricta. Esta distinción es clave para una exposición académica rigurosa y para la comprensión teológica del concepto de sucesión apostólica desde la perspectiva católica. 

Para terminar, me gustaría que nos quedáramos con esta imagen: la sucesión apostólica como una cadena viva, una corriente ininterrumpida de gracia, de memoria y de comunión que nos enlaza, con los Apóstoles y con Cristo mismo. Porque aunque la historia, a veces, nos oculte documentos o nos deje vacíos difíciles de llenar, hay algo que nunca ha faltado: la fe ardiente del Pueblo de Dios y la fidelidad humilde y perseverante de la Iglesia. Hoy, como ayer, el Espíritu sigue actuando, susurrando llamados, levantando nuevos testigos y manteniendo encendida la llama que comenzó en el corazón de los Apóstoles.

Esa cadena no termina en ellos ni se detiene en nosotros: continúa cada vez que alguien transmite la fe con alegría, con ternura y con amor. En esta memoria recordamos  a los Siete Varones Apostólicos -en especial a San Segundo- que trajeron la fe a nuestra tierra. Ellos fueron un ejemplo de apostolicidad, de palabra encendida y testimonio valiente de la Resurrección. Pero sobre todo, son testigos de esperanza: esperanza  no solo para nosotros, sino para toda la Iglesia, para nuestra comunidad creyente. 

Será por nuestra generosidad, por nuestro ejemplo y compromiso, cómo podemos imitar a san Segundo y hacer que nuestra Iglesia de Abla, sea una Iglesia viva, luminosa, ardiente de fe y de amor. Ahora nos toca a nosotros hacer exactamente lo mismo que hicieron ellos: custodiar esta fe, vivirla con coherencia, anunciar con alegría, transmitirla con amor, para que la cadena viva  de la sucesión apostólica siga extendiéndose hacia las generaciones que vendrán después de nosotros.



BIBLIOGRAFÍA

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