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miércoles, 24 de diciembre de 2025

NAVIDAD





Para todos vosotros que seguís con estoica resignación mi blog; para quienes coincidís conmigo en algo y también para quienes discrepáis; para aquellos que casi nunca están de acuerdo con mis opiniones pero que, con sus sabias rectificaciones, me enriquecen y me ayudan a ser más tolerante, más dialogante y más ecléctico. Para todo vosotros, hoy es un día para desear los mejores deseos: a los amigos y también a quienes no lo son tanto.
Hoy es un día de felicidad y de paz para todos. Es el día de compartir los dones y carismas que, como símbolos, descubrimos en el portal de Belén. Los que creemos en el misterio sabemos que mal interpretaríamos el mensaje navideño si nos olvidáramos de los más necesitados: aquellos a quienes les falta casi todo, cuyo colmo de la infelicidad es temer algo cuando ya nada se espera, como escribió Séneca.
La guerra, el hambre, la pobreza, la miseria, la soledad y la enfermedad, no son palabras abstractas ni lejanas del telediario. Son realidades encarnadas en personas muy próximas, que las sufren a causa de la estupidez y la avaricia humana. No están lejos: atraviesan nuestras calles, nuestras fronteras y, a veces, nuestras propias casas.
En este contexto, la Navidad corre el riesgo de quedar reducida a un paréntesis de consumo y evasión. No nos engañemos: la felicidad no estará en la mesa exuberante ni en las viandas sabrosas que degustaremos esta noche, tampoco en los caldos y espumosos que beberemos ni en los regalos que recibiremos. Lo sabemos bien: es difícil encontrar la felicidad dentro de uno mismo, pero es imposible encontrarla en otro lugar, como recordó Shopenhauer.
Recuerdo las miradas inquisidoras de mis alumnos cuando les hablaba de Sócrates, el filósofo ateniense que gustaba de pasear por el ágora, rodeado de comerciantes que le ofrecían sus productos. Ante aquella avalancha de mercancías, Sócrates respondía: "solo estoy observando cuántas cosas existen que yo no necesito para ser feliz". Esa sobriedad socrática cuestiona la lógica que identifica bienestar con acumulación.
De eso se trata también en Navidad: de recuperar una sobriedad interior que nos permita distinguir entre lo necesario y lo superfluo, entre el brillo momentáneo y la luz que permanece. No es fácil encontrar la felicidad en nosotros, pero es imposible encontrarla en otro lugar, como decía Agnes Repplier. Y quizá el portal de Belén, con su desnudez y fragilidad, sigue recordándonos exactamente eso. Después de mi dilatada experiencia en la vida, he llegado a la conclusión que lo más importante es querer y que te quieran.
Repliego, pues, lo dicho: mi mejor deseo para todos vosotros, con la esperanza de que mañana el mundo sea más noble, más justo, más pacífico y más altruista de lo que es hoy. Feliz Navidad a todos. 

                                                           
                                                     Antonio González Padilla

                                           

3 comentarios:

  1. Sólo me queda pedirle a Jesucristo crucificado y resucitado que me devuelva a la alegría del portalito.

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  2. M ha gustado mucho, -Si buenamente puedes- sigues con tu blog,

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  3. Así lo haré... Hasta que las fuerzas me acompañen. Gracias por tu ánimo.

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