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miércoles, 27 de marzo de 2024

Dios se enamoró del barro





Dios se enamoró del barro e hizo al hombre. A su imagen y semejanza. "Y vió Dios que aquello era bueno". Ese mismo Dios, en la plenitud de los tiempos, no se concluye en la eternidad sino que se hace  palabra  e irrumpe en la historia y en el tiempo. Ese es el misterio de la Encarnación. Podía haberlo hecho de otro modo. Lo hizo así. Eligió a una joven virgen como Madre y Ella respondió al misterio: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra". La gran tragedia de Jesús de Nazaret comienza en un pueblo humilde hasta acabar clavado en una cruz en el Gólgota. En medio, se desarrollan  episodios de ocultamiento y vida pública que es necesario recorrer, contemplar y meditar. Actos y acontecimientos que a la luz de la razón humana son difíciles de comprender, no así de la fe; de parábolas y milagros, de cercanía y alejamiento, de alegría y esperanza, hasta de dolor y soledad en un acto sublime de entrega, desnudez, abandono, sin sus discípulos, sin su Madre y hasta sin su Padre: "Padre, ¿por qué me has abandonado". La historia de una infamia y la de un fracaso...hasta la gloria de la Resurrección. La Semana Santa es la manifestación de un relato dramatizado del amor de Dios por nosotros, ante la mirada atónita del mundo, que expectante llena nuestras calles de pueblos y ciudades con estaciones de penitencia, para contemplar las imágenes y dar rienda suelta a sus inquietudes religiosas, sentimientos y deseos más devotos. Es la piedad de un pueblo y su gente que procesiona y reza a través de la contemplación de su Virgen dolorosa o el Cristo crucificado, entre varales, flameo de cirios, flores e incienso, o bajo el canto improvisado de una saeta desde un balcón florido. Es la grandeza y la plasticidad de unas imágenes sobre tronos majestuosos portados por costaleros o portadores, escoltados por hermandades de penitentes en estación de penitencia, donde destreza, esfuerzo y oración forman una unidad de sentido, como respuesta a  una promesa o el cumplimiento de una tradición ancestral.  Es el embrujo de la noche bajo el perfume del azahar mezclado con la canela y la vainilla... es el lejano sonido de una bocina que rompe el silencio de la noche primaveral. Es el  misterio hecho imagen de la Pasión de Cristo en la calle...
Pero la Semana Santa es algo más que la representación plástica de una tradición. Con la celebración de la pasión y muerte de Jesucristo y su resurrección, el hombre encuentra sentido a su existencia. Vivir la Semana Santa es morir y resucitar con el Cristo de la fe, a través de los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía de un modo real, no imaginario; es llevar una vida intima de comunicación con Dios mediante la oración. Es hacer presente la muerte y pasión del Señor que nos redime en la cruz para resucitar con Él. Implica una verdadera conversión de nuestras vidas y un arrepentimiento sincero para seguir a Dios y a su Palabra. Es seguir la cruz del crucificado y renunciar al mundo y a sus falacias. Es dejarse llevar por la fuerza del Espíritu y renacer de nuevo del agua bautismal. Solo así superaremos nuestras frustraciones y saciaremos nuestra sed de eternidad. Solo así viviremos la Semana Santa "como Dios manda".





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