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martes, 12 de julio de 2022

"Yo solo temo a Dios"



Aquella mañana soleada de verano, el pueblo despertaba al ser de día, como habitualmente solía hacerlo durante la siega del trigo y la cebada. Nada parecía perturbar la quietud de sus moradores, cansados, después de faenar de sol a sol segando o trillando en la parva de la era. El cansancio y el sueño acumulados se apoderaban de sus gentes, entregadas más en cuerpo que en alma, a las duras tareas agrícolas.

Un rumor de voces cada vez más grande, conmovió la vida apacible de aquel pequeño pueblo de las Alpujarras almeriense:

-  ¡Don Facundo, el cura, ha resucitado! -comentaba una vecina a otra, mientras pregonaba a los cuatro vientos aquella sorprendente noticia.

 -  Querrás decir: que ha aparecido -le respondió otra vecina.

-   ¡No, no! ¡Ha resucitado!

-  ¿Cómo? No es posible -comentó otra- hace muchos años que desapareció durante la guerra civil, y desde entonces nada se sabe de su paradero. Por aquellos tiempos alguien comentó que había huido al monte. Otros afirmaban que había sido sorprendido por milicianos venidos de la capital  en la madrugada de un día de febrero del año 37 y posteriormente conducido  para ser fusilado en la tapia del cementerio de un pueblo cercano. Lo cierto es que nadie encontró su cuerpo, y desde entonces el tiempo sepultó su recuerdo.

 -Lo cierto es que ha aparecido y que está vivo entre nosotros -terció otra-. 

Un bando municipal informaba al pueblo de la sorprendente e insólita noticia, que decía así: 

“Por orden del Sr. Alcalde , se hace saber: que Don Facundo Prudencio García, cura ecónomo de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción, ha sido hallado esta mañana en la casa de Doña Amparo Socorro -viuda de D. Ramón Tejada- escondido en el sótano de la casa y oculto dentro de una orza de barro desde la guerra civil, encontrándose en un estado tanto físico como psicológico aceptable".

Desde que se inició la guerra civil en el año 36, el cura había permanecido oculto huyendo de los milicianos de izquierdas, evitando poder ser conducido a la tapia del cementerio y ser fusilado, como ocurrió a sus compañeros de profesión. Según ha explicado el municipal del pueblo repetidamente, a todos aquellos interesados en tan importante noticia. Su hallazgo ha causado tal revuelo en este pequeño pueblo, que la gente no deja de hablar y comentar la feliz noticia añadiendo o quitando según su parecer. 

- Ahora se encuentra en el cuartelillo de la guardia civil, declarando -comentaba el municipal, -enfatizando sus palabras- rodeado por un grupo de curiosos, ávidos por conocer los pormenores de la noticia.

- ¿Qué tal se encuentra Don Facundo? Preguntó una señora con rostro preocupado.

-  Muy bien. Mejor de lo esperado, señora -respondió el municipal-

- Según ha comentado Don Anselmo, el médico, su estado de salud es inmejorable. 

- ¡Así cualquiera! -se oyó una voz malintencionada en el grupo de personas que rodeaban al municipal – con los cuidados de la viuda todo es más fácil...

- Pues… ¿Qué quieres que te diga? -terció un tercero-  está claro que la viuda vivía conforme con esta situación. Tiempo tuvo en tantos años de comunicarle que la guerra civil había terminado; si no lo hizo es porque se sentía complacida con su presencia. Ahora bien, los motivos que la indujeron a hacer esto, no los sabemos, y creo que nunca lo sabremos. La maledicencia es un vicio muy arraigado en la gente que actúa muchas veces bien por envidia o porque no tienen otra cosa que hacer.

 -  La viuda tenía poderosas razones para obrar así. La soledad es muy dura.

-  Comentaba por lo bajo un señor que se incorporaba al grupo. 

- ¡Desvergonzado! -le cortó una señora recatada y enlutada de comunión diaria- Ha sido un milagro del Señor que no abandona a aquellos que creen en él y viven bajo el temor de Dios.

Sea lo que fuere, Don Facundo era muy querido y recordado en el pueblo, porque se entregaba en cuerpo y alma a su labor pastoral, y ayudaba a la gente más necesitada según sus escasos medios se lo permitían. Después de haber sido encontrado, gracias a la denuncia efectuada por una vecina, que comentaba haber oído ruidos extraños por la noche en casa de Dª Amparo, y que por decencia se vio en la necesidad de denunciarla. La maledicencia de la gente se desbordaba entre dimes y diretes, al comentar, que todo era debido a la venganza de una de ellas, que por despecho y envidia, había denunciado aquel hecho como una lujuriosa unión insoportable para la decencia, el decoro, y las buenas costumbres. La enemistad entre ambas damas era conocida en el pueblo desde siempre, pues una era la presidenta de la Hermandad "Hijas de María", y la otra, de la Hermandad del "Corazón de Jesús": su rivalidad era notoria por querer mandar una más que otra en los asuntos parroquiales.

Las primeras palabras atropelladas de Don Facundo -al ser descubierto- fueron que él no había hecho nada y que él era hijo de padres de izquierdas. 

- ¡Por favor, no me fusiléis! Decía con palabras atropelladas y el rostro desencajado por el miedo, a la pareja de la guardia civil que lo liberaron e intentaban por todos los medios conducirlo al cuartelillo.

- ¡Solo soy un sacerdote que no ha hecho mal a nadie! ¡Soy de familia republicana!

- No tema, Don Facundo, que no le vamos  a hacer ningún daño; la guerra ha terminado. Tendrá que acompañarnos  al cuartelillo donde el cabo le tomará declaración.

Aquellas palabras de la pareja fueron insuficientes para tranquilizar el ánimo perturbado de nuestro hombre. Su brillante oratoria, otrora ejercida en el púlpito, había quedado sepultada entre aquellas cuatro paredes. Aquel hombre no se parecía en nada a Don Facundo, un brillante orador que enalte los sentimientos y el fervor religioso de sus parroquianos gracias a la elocuencia de sus sermones, -merced a ello, y al control férreo que ejercitaba en el confesionario- mantenía la decencia, el decoro y la conservación de las buenas costumbres entre sus feligreses.

Tanto el alcalde como el consistorio, tuvieron que emplear los métodos más expeditivos, para convencer a Don Facundo, que la guerra civil había terminado y que felizmente se encontraba en la España de la liberación. Pese a ello, seguía erre que erre manifestando que él era un buen hombre que no había hecho mal a nadie.

En una entrevista realizada en Radio Juventud de Almería, Don Facundo declaraba:

-  Mi integridad física corre peligro, porque nunca se sabe qué puede pasar en un futuro inmediato; estamos en manos de Dios y su Providencia.  Yo no tengo vocación de mártir ni de héroe, solo pretendo ser un buen sacerdote y un buen cristiano.

-  Me parece muy bien- le respondió la locutora- Y dígame  Don Facundo, ¿cómo se alimentaba dentro de la orza en la que fue hallado? 

-  Mire, Señorita, gracias al cerdo, y a los cuidados de la viuda.

- ¿Al cerdo? Le preguntó la locutora un poco sorprendida por la respuesta. No comprendo…

- Sí, -le interrumpió D. Facundo- gracias  a los chorizos y morcillas de la matanza del cerdo que Dª Amparo guardaba religiosamente en la bodega, pude sobrevivir...¡Bueno…, eso, y el excelente mosto que Don Ramón había vendimiado y guardado celosamente en su bodega antes de morir en el frente nacional!

-  ¡Es sorprendente! ¡Casi no me lo puedo creer! Su aspecto físico es inmejorable, y los análisis médicos así lo confirman. 

-  Pero, dígame Don Facundo, ¿Cómo controlaba la tensión, el colesterol y los triglicéridos, encerrado en la bodega sin practicar algún ejercicio físico?

Sorprendido por la pregunta, el sacerdote no dudó ni un instante, y su  respuesta no se hizo esperar:

-  Mire, Señorita, las tortugas no hacen ejercicio físico y sin embargo viven más de 100 años.

Su brillante respuesta dejó sin palabras a la locutora.

A fuer de ser sinceros, nadie diría que aquel hombre tenía 57 años, aparentaba muchos menos; y que había permanecido 26 años encerrado en una orza. Las malas lenguas del pueblo comentaban que ello era debido a los "cuidados de la viuda", no a la matanza y el vino mosto; aunque ésta, seguía afirmando, que lo había hecho por salvar la religión del pueblo de las hordas comunistas, y que su sacrificio por fin tenía una recompensa y un final feliz.

Sea como fuere, Don Facundo se encontraba actualmente, internado en una clínica de Almería, en observación médica. La Corporación Municipal en pleno le ha visitado, para ofrecerle un ramo de flores y una condecoración por la valentía mostrada frente al contubernio comunista. Por mucho que se esforzaban, tanto los médicos como sus paisanos en demostrarle que la guerra civil había terminado, Don Facundo Prudencio, -haciendo honor a su primer apellido-, desconfiaba de todos, seguía temiendo que lo iban a fusilar y gritaba una y otra vez, para quien quisiera escucharle: "¡Yo solo temo a Dios!"


NB: Realidad y ficción siempre van unidas. Algunas veces, ésta última supera a la primera.



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