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jueves, 15 de octubre de 2020

Mirando al cielo




¡Qué tristeza, qué dolor
ser hoy agricultor!
¡Qué ingrata la madre tierra,
que ajena a nuestro clamor
sigue sus leyes impertérrita,
sin ninguna compasión!
Quien mejor sabe de ello
es el pobre agricultor,
que ha de trabajar la tierra
desde el amanecer,
hasta que se pone el sol.
¡Qué mal pagado está el campo!
¡Qué ingrata su labor!

Por más que uno hecha cuentas,
nunca sale a su favor,
por quien trabaja la tierra
y deja en ella el sudor.
Cuando hay mucha cosecha, 
y el año viene muy bueno,
después de muchas peripecias,
la abundancia baja el precio
y ésta pierde su valor.
Y cuando el año es muy malo
por la sequía, la epidemia o el calor,
la escasez en el mercado
tiene poco que vender
con un buen precio valorado.

Unas veces el comprador,
otras el intermediario,
cuando no el asentador,
y finalmente el vendedor:
siempre hay un ordenador,
que desde un despacho
determinan su valor,
ajeno al trabajo, al tesón,
al pundonor y coraje del agricultor.
El caso es que en el mercado
su valor ha aumentado tanto,
que a veces, puede ser comprado,
por algunos afortunados,
al ser un producto caro.

Mientras, el pobre agricultor,
sigue mirando hacia el cielo:
pide agua de lluvia,
que mezclada con sudor,
haga crecer la semilla,
que con tanta fe sembró.
Y se encomienda al destino,
con esperanza e ilusión,
a que éste sea favorable
a su esfuerzo y su tesón.
Sabedor, que dependerá siempre, 
de alguien que le es ajeno,
unas veces de la tierra,
y otras, del azar del cielo.

   Antonio González Padilla



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