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martes, 25 de febrero de 2020

Abla, o la nostalgia de un paraíso perdido





Abla... o la nostalgia
de un paraíso perdido


Abla es mi pasión y mi retiro,
mi sino y mi sentido,
el pueblo donde me inspiro,
mi poema, mi canción,
mi meta, mi destino,
el sitio apacible donde hablar,
Y encontrar el refugio
del que un día he partido.

Abla es ese amor nostálgico

de un paraíso de infancia perdido:
juventud, pubertad,
y primeros amigos, fantasía,
creatividad, e inocencia de niño.
Abla, es mi casa y su plaza.
La tienda de mis abuelos,
con ese mostrador envejecido,

por el paso del tiempo y el destino.
Después fue "teléfonos",
donde se hablaba de todo...
En aquella casa, la soledad
siempre estaba ausente:
bulliciosa y parlanchina, ruidosa,
comunicativa, 
la tristeza y la alegría, compartían habitación;
de su locutorio salía la gente contenta,
satisfecha o afligida, consternada o mohína.

Abla,  es su plaza de tierra y barro,

campo de fútbol, marro.
y aquellos juegos de niños, y charcos...
Una plaza tan vistosa y grande
con balcones y banderas, noble,
de esa España de posguerra engalanada,
para el festejo de vacas bravas,
con su matador favorito, Vaquerito,
-si el tiempo no lo impedía,
que con regularidad lo hacía-.
Y hasta campo de batalla...,
de cuatreros y vaqueros, de indios,
juego de niños de película americana.

Abla, la de su plaza apañada,
sin fuente de agua
ni prócer a quien dedicarla,
preparada para lo que  hiciese falta;
lugar de mis correrías,
testigo de mis fantasías...,
centro de trajín y vida, con farmacia,
médico, ayuntamiento, fonda y barbería,
con placetilla con trancos
lugar obligado de encuentros,
cuentos, y habladurías.
Plaza de toros y mercado,
"para todo" la llamamos: 
lo mismo sirve a las fiestas
con cunicas, casetas de turrón y helados,
(los más ricos, porque son del Tío Juanico),
que lugar devoto del Paso en Viernes Santo.

Abla la de mis calles escarpadas
y casas encaladas, con balcones de geranios,
y solanas de selvas enristradas,
con sabor a higos secos, tomates desecados, 
uvas pasas y semillas de calabaza.
Coronada por "Castillos" sin muralla
ni atalaya, sin torre del homenaje,
aspillera o patio de armas,
con pitas como lanzas en sus faldas,
recostada en la ladera,
rodeada de eras, huertos, pitas y terreras. 

Abla, eterna pasión de este rapsoda,

de pelo blanco y cabello escaso,
aquí esperaré mi ocaso,
y finalmente,
cruzaré el Puente de Los Santos,
de bellos ojos llorosos,

camino del camposanto,
sin retorno, ni ambages
sin pagar a Caronte el barquero
las dos monedas, sin equipaje. 

Abla ese refugio, de mi soledad callada,
sin retorno ni coartada,

inspiración y musa,
y frente a mi ventana: Sierra Nevada.
Creación inspirada al alba,
con la magia y la palabra,
de este amante trashumante,
que siempre vuelve a encontrarte.
Lejos del ruido y el estruendo
en la quietud del pueblo, 
en contacto con sus gentes,
con ruidos formados por silencios,
vacunado,
y de vuelta de tantos y baldíos intentos.
!Siempre empezando...!

Abla, es la carretera un domingo por la tarde
con las mozas paseando a su vera,
sus vestidos a estrenar
y sus zapatillas nuevas,
luciendo su belleza exultante.
Y la fuente...esa fuente: Las Peñuelas,
enamorando...
que mira el paso del tiempo y el agua
pasando por su acequia,
reflejo de promesas de amores y quimeras,
como pasan los años, los rostros y sus gentes,
en nuevas primaveras... en acelerada carrera.

Y... ¿Cómo olvidar tu Paseo
y su alineado arbolado,
preñado de gorriones en verano,
entre dos fuentes para quitar la sed,
llenar cántaros, o abrevar el ganado?
¿O ese "tranvía" estacionado
mercado para comprar
carne o pescado?

Abla o La Traída de Los Santos,
con el Tío Paco desfilando de legionario,
y la Niña de fuego, sobre sí misma,
para acabar en la desnudez y el trueno,
y terminar partiendo
hacia un lejano firmamento,
perdiéndose en el cielo.


Abla es su terraza de verano,
con olor a jazmín
Antonio Molina o Machín,
cantando...

El NO-DO obligado, con el Gordo y el Flaco
deleitando a la chiquillería,
gritando.
Y en cabina... Don Juan el párroco,
con la censura en su mano,
escamoteando las escenas escabrosas,
preservando a los abulenses de visiones
libidinosas, películas rosas, 
cosa natural de un cine parroquial,
como estricto guardián de la moral.

Abla, lo mejor de Almería,

aunque no tiene playa ni mar,
sí alquería,
y en su serranía está la "Sierra Nevá":
pinares, retamas y arbustos, cañaverales,
la paloma torcal o el águila real,
armonía entre cielo y tierra
conviven en libertad.
Y a través de sus barrancos y su prodigalidad,
sus aguas riegan el valle, dando aceite,
uva y pan,  y algún que otro mosto
producto de su lagar.

Abla orgullo y pasión

lugar de mi devoción
de santos, vírgenes y procesión,
Abla, pueblo íbero-romano cristiano,
devoto de sus tres Mártires soldados,
Apolo, Isacio y Crotato,
aquí venerados,
en la Ermita de Los Santos.
Con San Segundo como copatrón,
obispo de profesión,
humilde por vocación
que renunció a ser primero
por humildad y evangelio.

!Abla! alpujarreña al solano,

crisol de culturas entre moriscos y cristianos.
Abla tú eres la uva de barco, marinera,
exportada a las Américas -la otra ladera-,
la que dio pan y quitó penas,
la de su gente creativa
que apuesta por su faena, a veces,
arrebatada por una helada traicionera.

Abla, iglesia mudéjar, decapitada,

sin palabra: con la voz de tu campana
callada... hecha metralla,
convertida en mil batallas
ahora reparada, gracias a tu nueva torre 
que se yergue con altivez y gracia,
entre tus casas blancas.

Abla, eres tradición: en navidad

con el Belén de Don Juan, el Baile de Ánimas,
el tío David con el Bute y el Rey Mago Baltasar.
Las lumbres de San Antón y San Sebastián:
hogueras con rosas, jamón y mosto en porrón;
San Isidro labrador, las novenas de la Virgen, 
la Semana Santa y la Soledad,
la Merendica, o la Verbena de San Juan. 
Eres el saber vivir de sus gentes,

-buena gente- donde religión y tradición,
son maridaje y unión.

Donde todos tus domingos y tus fiestas

de guardar, no faltaba el arroz con conejo, 
el gazpacho o la fritá,
-¿Qué más da?-
y como sobremesa, la partida de cartas
o dominó en el café de Lerenes, José o Nicolás;
para después disfrutar, el ponche en la carretera
de sandía o melocotón,
y hablar del tiempo, la faena, la uva...
o del sermón del cura.
¿Hay quién dé más?

Hoy nada ha cambiado para este nostálgico

de pueblo:
sigo siendo el niño adolescente,
que un mes de agosto perseguía quiméricos sueños,
leyendo a los clásicos al pie de la torre,
mientras atendía a "la central de teléfonos".
Eso sí, caducaron algunas ilusiones y vinieron otras.
Hoy es una de ellas.
Vosotros, mis amigos, habéis tenido la amabilidad
de acompañar a este tejedor de sueños,
que solo sabe trazar efímeras líneas sobre el agua.
Platón las llamó: palabras.
Las palabras desaparecen. Todas.
Quede una sola esta tarde: !Gracias!



             
Antonio González Padilla



Mi más sincero agradecimiento a todos los asistentes a la presentación de mi libro, "Claudia o el vuelo de los vencejos".
Y una especial mención de reconocimiento y admiración a David Padilla, mi editor, y autor del prólogo; y a Dani Royen por el excelente trabajo realizado en la elaboración  y publicación de este libro.
Igualmente mi agradecimiento al Ayuntamiento de Abla, representado por su alcalde, y a la Asociación Martirium, que tan generosamente han participado en este evento.
No quiero olvidar a todos aquellos que se ocupan de las infraestructuras del Centro Cultural Abulense, que tan diligentemente han colaborado para la realización de este acto. ¡Muchas gracias a todos!




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