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jueves, 4 de abril de 2019

Abla...una pasión, un sentimiento




 
Abla...una pasión,
un sentimiento

Abla es mi pasión y mi retiro,
mi sino y mi sentido,
el pueblo donde me inspiro,
mi poema, mi canción,
mi meta, mi destino,
el sitio apacible donde hablar,
y encontrar el refugio del que un día ha partido.

Abla es el amor de lo que soy y he sido,
ese paraíso de infancia perdido: juventud,
pubertad y primeros amigos,
fantasía, creatividad e inocencia de niño.
Abla es mi casa y su plaza.
Es la tienda de mis abuelos,
con ese mostrador envejecido,
por el paso del tiempo y el destino.
Después fue "teléfonos"
donde se hablaba de todo;
en aquella casa, la soledad siempre estaba ausente:
bulliciosa y parlanchina, ruidosa, comunicativa,
la tristeza y la alegría, compartían habitación;
de su locutorio salía la gente contenta,
satisfecha o afligida, consternada o mohína.

Abla es su plaza de tierra y barro, campo de fútbol,
marro, y aquellos juegos de niños, con charcos...
Una plaza tan vistosa y grande
de balcones y banderas, noble,
de esa España de posguerra engalanada,
para el festejo de vacas bravas,
con su matador favorito, Vaquerito,
si el tiempo no lo impedía,
que con regularidad lo hacía.
Y hasta campo de batalla...,
de cuatreros y vaqueros, de indios,
juego de niños de película americana.

Abla la de su plaza apañada,
sin fuente de agua ni prócer a quien
dedicarla;
preparada para lo que hiciese falta,
lugar de mis correrías, 
testigo de mis fantasías,
escuela primaria, juegos y travesías.
Centro de trajín y vida, con farmacia,
médico, ayuntamiento, fonda y barbería,
con placetilla con gradas,
lugar obligado de encuentros,
cuentos, y habladurías.
Plaza de toros y mercado,
multiusos la llamamos: 
lo mismo sirve a las fiestas
con cunicas, casetas de turrón y helados,
los más ricos, porque son del Tío Juanico,
que lugar devoto del Paso en Viernes Santo.

Abla la de mis calles empedradas
y casas encaladas, con balcones de geranios,
y solanas de selvas enristradas,
con sabor a higos secos, tomates desecados, 
uvas pasas y semillas de calabaza.
Coronada por "Castillos" sin muralla
ni atalaya, sin torre del homenaje,
aspillera o patio de armas,
con pitas como lanzas en sus faldas.
Abla la recostada en la ladera,
rodeada de eras, huertos,
pitas y terreras. 

Abla, eterna pasión de este rapsoda,
de pelo blanco y cabello escaso,
aquí esperaré mi ocaso,
y cruzaré el puente de Los Santos,
camino del campo santo
para reposar junto a mis padres
y mis antepasados.
Lejos del ruido y el estruendo
conservaré en mi memoria
la quietud de mi pueblo, 
el contacto con sus gentes,
los ruidos formados por silencios,
vacunado, y de vuelta de tantos
baldíos intentos.
!Siempre empezando...!

Abla, refugio de mi soledad callada,
mi retorno y coartada,
mi inspiración y mi musa, y frente a mi
ventana: Sierra Nevada.
Ese amor que se entrega al alba,
después de una noche de magia y sin palabras,
de este amante trashumante,
que siempre vuelve a encontrarte.

Abla, carretera un domingo por la tarde,
con las mozas paseando a su vera,
sus vestidos a estrenar y sus zapatillas nuevas,
y en la hondonada la fuente...
esa fuente: Las Peñuelas, enamorando, 
y mirar el paso del tiempo reflejado
en el agua pasando por su acequia,
reflejo de promesas de amores y quimeras,
como pasan los años, las caras y sus gentes,
en nuevas primaveras...,
en acelerada carrera.
Y... ¿Cómo olvidar tu paseo
y su alineado arbolado,
preñado de gorriones en verano,
entre dos fuentes para quitar sed
en cántaros, y abrevar ganado?

Abla es "La Traída de Los Santos"
con el Tío Paco desfilando de legionario
y "La Niña de Fuego" girando
sobre sí misma, para acabar en la desnudez
y el trueno, partiendo hacia
un lejano firmamento, perdiéndose en el cielo.

Abla es su terraza de verano, con olor a jazmín
Antonio Molina o Machín, cantando.
El NO-DO obligado, con el Gordo y el Flaco
deleitando a la chiquillería, gritando.  
Y en cabina... Don Juan el párroco,
con la censura en la mano,
escamoteando las escenas escabrosas,
preservando a los abulenses de visiones
libidinosas, películas rosas, 
cosa natural de un cine parroquial,
como estricto guardián de la moral.

Abla es lo mejor de Almería,
aunque no tiene playa ni mar, sí alquería, 
y en su serranía está la Sierra Nevá:
pinares, retamas y arbustos, cañaverales,
la paloma torcal o el águila imperial,
armonía entre cielo y tierra
conviven en libertad.
Y a través de sus barrancos y su prodigalidad,
sus aguas riegan el valle, dando aceite,
uva y pan,
y algún que otro mosto producto de su lagar.

Abla orgullo y pasión,
lugar de mi devoción,
de santos, vírgenes y procesión.
Abla, pueblo íbero-romano, cristiano,
orgullo de sus tres Mártires soldados,
Apolo, Isacio y Crotato, aquí venerados,
en la Ermita de Los Santos.
Con San Segundo como copatrón,
obispo de profesión,
humilde por vocación
que renunció a ser primero
por amor al evangelio.

!Abla! alpujarreña al solano,
crisol de culturas entre moriscos y cristianos.
Abla tú eres la uva de barco, marinera,
exportada a las Américas -la otra ladera-,
la que dió pan y quitó penas,
la de su gente atrevida
que apuesta por su faena,
hasta que una traicionera helada
les quita la fe y la esperanza.

Abla es su iglesia mudéjar, decapitada,
sin cabeza: sin la voz de su campana,
hecha metralla,
ahora recuperada, gracias a su nueva torre 
que se yergue con altivez y gracia,
entre sus casas blancas. 

Abla son sus tradiciones: es la Navidad
y el Belén de Don Juan,
el Baile de Ánimas, Las lumbres de San Antón
y San Sebastián,
hogueras con rosas, jamón y mosto en porrón,
San Isidro labrador,
las novenas de la Virgen,
la Semana Santa y la Soledad,
la Merendica, o la Verbena de San Juan.
Es el saber vivir de sus gentes,
-buena gente- donde religión y tradición,
son maridaje y unión.

Donde todos los domingos
y sus fiestas de guardar
no falta el arroz con conejo,
el gazpacho o la fritá, -¿Qué más da?-
y como sobremesa
la partida de cartas o dominó
en el café de José o Nicolás;
para después acabar el ponche en la carretera
de sandía o melocotón,
y hablar del tiempo, la uva, la faena...
o del sermón del cura.
¿Hay quién dé más?

!Paciencia, que ya llegamos al final!
Por esto y otros motivos,
me guardo en esta ocasión,
cosas que seguramente olvido, en mi zurrón,
y otras por omisión.
Hoy, como rapsoda, levanto mi copa,
la copa de la amistad,
por este pueblo que amo
tan único y singular.
      
               Antonio González Padilla




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