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martes, 24 de enero de 2017

Un 24 de enero en Salamanca






Hacía mucho frío aquel lunes 24 de enero de 1977. Como todos los días sonaba el timbre de la "Ponti" a las ocho de la mañana que  oía desde mi habitación de una residencia de estudiantes. Un café con leche y dos pares de galletas maría untadas con mantequilla era el desayuno obligado de cada día. Aquel día amaneció nublado y triste y en la esquina de la calle Meléndez donde confluían la Casa de las Conchas, la Universidad Pontificia y un gélido frío que por la intersección de las calles, soplaba constantemente. Aquel año hacía quinto de carrera y preparaba con entusiasmo mi tesina sobre el filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca. Estudiaba como nunca lo hice porque vislumbraba la meta muy cercana al final de un largo camino. España vivía convulsa y dubitativa preguntándose qué quería ser de mayor en plena transición democrática. La sociedad española estaba dividida en dos partes antagónicas por naturaleza: La de los progresistas que esperaban el advenimiento de la democracia y un régimen de libertades y pluralismo político, y la de los nostálgicos conservadores del régimen que pretendían que todo siguiera igual que con Franco pero sin él. En medio, la mayoría del pueblo ajeno a la política, preocupado por mantener una calidad de vida nunca conocido hasta entonces en España, y que había despegado en la década de los sesenta mediante el turismo y los Planes de Desarrollo de López Rodó.
En torno a las 10,30 de la noche en el número 55 de la Calle Atocha de Madrid, la extrema derecha acribillaba a balazos a sangre fría a cinco abogados laboralista. La polícía alertada por los vecinos se encontró una escena dantesca en el lugar del asesinato, un despacho donde la sangre chorreaba por  paredes y suelo. Era la respuesta de un grupo de facistas cuyo propósito era parar el proceso democrático de España iniciado en la transición, incitando a los comunistas a salir a la calle y que el ejército se involucrara para mantener el orden. No lo consiguieron. 
Hoy, después de cuarenta años, la democracia y los ciudadanos de bien hemos de recordar aquellos trágicos acontecimientos para que nunca puedan repetirse en nuestro país. Recordar a las víctimas y estar al lado de sus familiares. Agradecer al PCE su contribución al proceso democrático por la serenidad, ejemplaridad y orden que mantuvo en aquellos días, frente aquellos que le hostigaban para crear confusión y división ante la opinión pública, porque aquel atentado iba directamente contra los comunistas españoles, pero también contra toda España y su incipiente democracia. La transición a la democracia española estará siempre en deuda con el PCE de Santiago Carrillo por su comportamiento y serenidad en el entierro de las víctimas de la matanza de Atocha, y los 100.000 ciudadanos que salieron a las calles de Madrid, siendo la manifestación más grande de la izquierda española, después de la muerte de Franco. El 26 miércoles enterrábamos en Salamanca a Serafín Holgado, después de haberlo velado en la Universidad durante toda la noche. Miles de salmantinos asistieron al entierro en una manifestación de civismo y de contenida emoción.  El sábado santo de aquel año 77, el PCE era legalizado como partido político por Adolfo Suárez. Con este acto, el proceso democrático español recibía su validez internacional y su reconocimiento entre los países del mundo, sin el cuál no hubiera sido creíble. En uno de los despachos del número 55 de la Calle de Atocha trabajaba una joven abogada, que afortunadamente había prestado su despacho a uno de sus compañeros, y se encontraba en una cafetería cercana a su puesto de trabajo; este hecho fortuito le libró de la muerte. Su nombre es Manuela Carmena, actual alcaldesa de Madrid.



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