Ayer fue uno de los mejores días que he vivido recientemente. Tuve la suerte de visitar mi Instituto y encontrarme con mis alumnos. Dentro de unos años, cuando pase delante de su puerta, nadie me reconocerá: Seré una persona mayor -como tantas otras- anónima, ajena al discurrir del Centro. Me invitaron para hacerme una entrevista gravada en vídeo y para que hablara de mi experiencias pasadas como profesor. Lo que dije es intrascendente, al menos no es lo más importante. Para mí, lo más importante fue sentirme profesor, educador y amigo. Sentir sus afectos, inquietudes, y esas miradas nostálgicas de tiempos pasados, recordando los buenos momentos y olvidando los malos. Vi en sus ojos la esperanza de ser mejores, de comerse el mundo y de luchar para que éste país sea mejor. También sus temores y desvelos ante un futuro incierto.
La entrevista se desarrolló primero en el jardín y después en la clase. Cuando estuve sentado en la mesa, frente a ellos, recordé mis treinta y tres años de enseñanza: ! Qué rápidos han pasado ! Sentí un sentimiento de tristeza pero también de alegría. Tristeza por echar de menos experiencias maravillosas vividas entre aquellas cuatro paredes: Debates, preguntas, argumentaciones filosóficas, problemas de lógica proposicional...Pero mucha ilusión por aprender, comerse el mundo, interrumpir al profesor, ante la urgencia de eliminar la ignorancia, y una fe infinita en las respuestas, para después comenzar de nuevo ante la frustración de mis respuestas. Como la filosofía misma, donde las preguntas son más importantes que las respuestas. Recordé la famosa frase de Goethe: "No podemos hacer otra cosa que apilar la leña y dejarla que se seque; se incendiará a su debido tiempo".
Qué bueno es saber que te acuerdas de nosotros en todo ese rato que, no se si libre, pero menos estresante que antes! ;)
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