Yo le cogí la mano, y le quise expresar algo:
en su última mirada, sus ojos me hablaban
de impotencia, temor y quebranto, me suplicaban...
no articulé palabra, ahogado en mi propio llanto.
En aquella habitación, toda vestida de blanco,
no veía el azul del cielo, ni olía a tierra mojada,
ni a verde prado de heno, o arena de mar salada,
y añoraba esa montaña con alto pico nevado.
No había ventana de arreboles encendidos,
sol al amanecer, o puestas al atardecer,
luciendo en su resplandor esos paraísos perdidos.
-Déjeme doctor mirar, el rostro del ser querido,
antes de tomar la senda y llegue el anochecer,
donde la palabra sobra, y donde todo es olvido.
Antonio González Padilla
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