Cuando la tormenta pase,
y sus olas embravecidas
por el viento, amainen.
Cuando el mar quede aplacado,
y el reflejo de la luna duerma
acunado entre sus manos,
entonces,
volveremos a estrechar
ese abrazo esperado,
esa mano tendida,
y a sentir el calor ya olvidado
de lo cercano.
Cuando la tormenta pase,
y la niebla se retire hacia las cumbres,
la luz regresará al valle,
y volveremos a reconocer la sonrisa
en nuestras calles,
de los que pasen a nuestro lado
sin mascarillas velados.
Abiertas tenderemos las manos
sin codos o lejanos gestos
a los cercanos,
y tocaremos la humanidad en su piel
que tantas veces apretamos
y casi hemos olvidado.
Cuando la tormenta pase,
el trueno quedará mudo,
sin voz,
y volverá el susurro
de la palabra cercana
a nuestros oídos,
tan extraña y añorada.
Y los niños volverán a jugar,
a balancear su cuerpo en los columpios
a deslizarse por el tobogán:
sus risas sepultarán los silencios
de nuestros enmudecidos
parques yermos.
Y nuestros padres o abuelos,
dejarán sus miedos encerrados
en aquella habitación que fue tormento,
ahora olvidados.
La vida brotará por doquier,
un resurgir en la próxima primavera,
preludio de copiosa cosecha...
que llenará el lagar y la era.
Antonio
González Padilla
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