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jueves, 25 de junio de 2020

Escribir una carta




Escribir es uno de los placeres que los dioses nos han concedido  a los humanos. Escribir una carta y esperar una respuesta es un placer que algunos han perdido porque actualmente no se tiene la suficiente paciencia para la espera. Todo lo queremos de inmediato, de ahí el auge de las nuevas tecnologías de la comunicación a través de internet. Hemos ganado en celeridad pero hemos perdido el cultivo de la virtud de la paciencia y el sentido de la espera. Quien escribe una carta, manda un mensaje personal al destinatario con el tiempo suficiente para reflexionar lo que quiere decirle, sin caer en la improvisación, evita, por tanto, la precipitación y el error del momento. El texto escrito de una carta nos obliga a utilizar palabras y argumentos seleccionados como los más adecuados para exponer aquello que realmente queremos expresar, sabiendo que lo escrito permanecerá en un papel durante mucho tiempo y podrá ser leído, recordado, interpretado, y recordado por quienes lo lean, frente al lenguaje hablado cuyas palabras se las lleva el viento y pueden ser fácilmente olvidadas. Pero lo más bonito de una carta es la respuesta de la persona a quien interpelamos con la esperanza de saber de ella o de intercambiar sentimientos, deseos, ideas o conocimientos. Está muy bien utilizar emoticonos para salir del momento, pero donde se ponga un texto escrito, en este caso una carta, en la que podamos expresar con precisión a través de la palabra escrita el complejo mundo interior del ser humano, no hay ni puede haber comparación alguna. Hoy, lamentablemente el tiempo nos devora más que nunca, y carecemos de paciencia y tiempo suficiente para escribir y expresar lo que sentimos. La inmediatez  nos afecta a todos como una pandemia cuya vacuna es muy difícil de encontrar para erradicarla. Escribir una carta no es una costumbre de edades pretéritas, ni una vuelta hacia el pasado, es una forma sabia de expresar con discernimiento lo que queremos trasmitir, con la precaución necesaria y el tiempo oportuno para no equivocarnos. Es una forma de atar el pasado para que no se diluya en el olvido del tiempo. Y si lo hacemos con nuestro puño y letra, de forma caligráfica, donde contenido y  forma se unen para ser belleza y placer, entonces ni os lo cuento.


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