Dios abrazó la carne para ver a qué sabía.
Y supo, a qué sabía la sed,
el hambre, y la fatiga,
del hombre que Él creó,
por el que dio su vida.
Y supo qué es la tentación, la soledad,
la traición, y la negación
de los suyos, a los que más quería.
Supo qué es la desesperación,
la maldad, la enfermedad, la cobardía,
el vivir y morir cada día.
Y cómo en su templo
la gente no rezaba a Dios,
sino que mercadeaba.
¡Tú eres mi Dios, Jesús!
Te revestiste en la creación
en un acto de amor;
y asumiste la condición humana,
siendo Dios,
la incertidumbre en la duda,
de vivir tu misión cada día,
de descubrir la voluntad del que te envía.
Y aprendiste qué es rezar,
a esperar a ser oído,
en el abandono, en la soledad,
en el olvido.
Y cuando la duda de la carne
arremetía,
y tu naturaleza humana se resentía,
ante el miedo del dolor,
asumiste la voluntad de Dios:
"Padre,
que se haga tu voluntad, no la mía".
Antonio González