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lunes, 17 de febrero de 2025

Poetas de Abla



Horno

Harina amasada,
con olor a encina quemada
y a retama;
horno en callejón caliente,
donde masa y reciente
se aparean muy lentamente...
al alba matinal, el parto
de un pan crujiente.



LAVANDERAS

Agua concebida en vientre de sierra,
entre truenos, relámpagos, y estruendo.
Nieve de cielo desovando en peñascos, 
deshielo de primavera desaguando en tierra...

Agua que buscas entre quebradas el valle, 
a la sombra de taray y álamos, para ser acariciada
por manos de mujeres que bajan a tu encuentro,
con jabón, barreño, y diretes sin acalle.

Agua de la rambla de Los Santos, venturosa,
que transformais lienzos en color de nieve,
con mano briosa de mujer hacendosa.

Agua que agrama en piedra rugosa,  
al ritmo del jabón que embebe 
entre avatares de risas y palabra ruidosa.


Quién pudiera como el río...

¡Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno!
descubrir caminos ocultos
besar riberas sin guetos,
de mundos que son opuestos.

¡Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno!
buscar debajo sus aguas,
y en sus verdosas riberas
palpar la vida que emana.

¡Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno!
contemplar cada mañana
tus pies pisando su seno,
la mirada de tus ojos, reflejada,
en su diáfano espejo.

¡Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno!
reflejar en sus aguas
los amores que han partido...
y que nunca más han vuelto, 
como riachuelos perdidos.

Rasgos que en sus troncos
el tiempo ha dejado escrito,
clamor mudo pronunciado
en el silencio entre olvidos.

¡Quién pudiera como el río
ser testigo, ojo y oído!
de aquel pasado presente
que se agolpa como ausente,
de todo aquello que he sido,
de todo aquello sentido.
     
       Antonio González


Nieve

Y esa nieve blanca
que blanquea la montaña,
se convertirá en llanto
y cubrirá su rostro ajado,
en primavera;
despojada de su manto,
tomará el camino
para mover la piedra del molino,
que a la vera del río,
ocioso, sentado espera.
Y así colmar artesas de harina blanca,
y hornear el pan de trigo,
fruto de la sementera.

          Antonio González 

La pérdida

Sueños de infancia quemados
en el rincón del hogar,
la ilusión hecha ceniza,
sueños entre llama y viento,
que se van.
Pavesas hacia las estrellas,
en un intento vano
para encontrar su brillar:
la pérdida en su lugar.

            Antonio
           González Padilla


Cuando yo no esté

Y cuando yo no esté, 
mis olivos seguirán creciendo,
sus troncos enraizarán bajo la tierra,
y sus ramas 
se fortalecerán buscando el sol,
y al final del otoño,
cada año aliviarán su ramaje doblado
para convertirse en zumo dorado.

Cuando yo no esté,
la parra seguirá trepando,
por esa pared de piedra encalada
buscando la seguridad frente al viento,
protegiendo de orfandad sus racimos
con sus pámpanos y tiernos sarmientos.

Y bandadas de pájaros volando
pasarán por lo alto del cielo azulado,
buscando territorios cálidos 
al otro lado del mediterráneo,
en la búsqueda de un oasis templado.

Cuando yo no esté,
el reloj de la torre sonará en el valle,
medirá el tiempo con monotonía,
sin desfallecimiento,
pausadamente,
durante la noche y el día.

Y por el Camino Real,
los caballos seguirán trotando,
petricoreando el asfalto con sus cascos,
al compás de su marcial paso.

Cuando yo no esté,
ya habré pasado el puente de 
Los Santos, por última vez,
y no acompañaré su "Traída",
esos, a los que tanto amé
a lo largo de mi vida.

Y yo, desde mi vieja butaca,
con un libro en mis manos,
seguiré observando
esa montaña nevada,
que me tiene enamorado.
 
Cuando yo no esté...
la vida seguirá pasando.

      Antonio González


Amor de otoño

Amores que se esfuman en otoño
como hojas que cambian de color,
amores arrastrados entre el verdor
de la ribera, por aguas del arroyo.

Blancura espumosa en la cumbre,
bravas en su ímpetu de juventud,
hoy mansas aguas en la quietud,
un pasar de dulce mansedumbre.


Tranquila en su camino hacia la mar,
con paso firme a la desembocadura
con la alegría del que sabe caminar.

Certeza firme en la andadura;
y descansar, después de tanto bregar,
en aguas que acunan la luna. 
             
              Antonio González


Te escribiré un poema

Algún día te escribiré un poema
sin palabras, sin fonemas,
un poema sin nombre, ni letras.
Te escribiré un poema
sin bellas metáforas,

con flores que no huelan
o fuentes cristalinas que no canten
en un jardín con olor a jazmín. 
Te escribiré un poema,
sin mencionar los pájaros
en las ramas,
las noches  estrelladas,
o la luz de la luna plateada
que escapa al alba.
Sin riachuelos en la montaña,
o palmeras dobladas de esmeraldas
en idílicas playas. 
Te escribiré un poema... sin palabras;
sin epítetos, que por decir algo, 
no digan nada,
de rebuscadas metáforas,
que esconden el sentir de la palabra.
Te escribiré un poema...
sin la cálida brisa del estío,
o del viento bravío de la montaña,
en desiertos de arena y oasis de plata,
en la alborada.
Te escribiré un poema...
¡Un poema sin palabras, mi amor,
porque todas en tus ojos están...,
en tu mirada!

      Antonio González Padilla






¡Aquí Abla, dígame!

Corría el año de 1953. Una cuadrilla de celadores vestidos con monos de color azul tomaron las calles del pueblo como si de un ejército de ocupación se tratara, armados con alicates, piquetas, cables, argollas, rollos de acero y escaleras desmontables, para acceder a lo más alto de las fachadas y balcones y tender la linea telefónica. !Por fin una vieja aspiración de los abulenses se iba a a cumplir!: Abla se comunicaba con el mundo, saliendo de su silencio local. Aquellos profesionales trabajaban a destajo, unos abriendo agujeros  para sujetar las argollas y otros tendiendo la línea de telefonía o los cables acerados entre una calle a otra para salvar los espacios abiertos y completar el tendido. 
Después de unas semanas, los treinta primeros domicilios con teléfono estaban conectados con la centralita del pueblo. Esta se encontraba en la calle José Antonio nº 1, antigua calle Real, a los pies de la torre de la Iglesia y contigua a la Plaza del Generalísimo Franco y lugar de la Casa Consistorial o Ayuntamiento. Un letrero redondo destacaba en su fachada con el nombre de "TELÉFONOS" con letras en blanco sobre fondo azul marino. La puerta de color verde intenso mostraba a los lugareños el lugar donde poder conectar con sus seres queridos. En el interior un vestíbulo con un pequeño locutorio cerrado por una puerta de cristales y la estancia donde se encontraba la centralita separada por un tabique en cuyo centro resaltaba una ventanilla de cristal con marco niquelado. En su interior una centralita dividida en dos cuerpos uno rectangular con los treinta números con su chapita marcada por el número y debajo el agujero para conectar los pares de clavijas alternando los colores de blanco, verde y azul; en la otra parte un teléfono rematado por dos timbres y un auricular a la izquierda y una manivela para llamar a la derecha pegada en la pared. Al fondo, un timbre potente y una mesa camilla multiusos.
Una mañana apacible de septiembre la telefonista del pueblo, con más nervios que otra cosa puso la primera conferencia entre el gobernador de Almería y el alcalde del pueblo, previa bendición de los locales por Don Juan el párroco. Quedaba inaugurada la central telefónica de Abla de la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE).  
"-Aquí Abla, dígame-" contestaba la telefonista con presteza. Al otro lado del teléfono se extrañaban del nombre del pueblo, confundiendolo con la función de "hablar". La entrega de telegramas y avisos de conferencia, era otra actividad comprendida en el servicio, para una población que no disponía de teléfono en casa, y a la que se le citaba en la centralita a una hora determinada para hablar con sus familiares y amigos.  


EL PASO

El Recuerdo del Viernes Santo en Abla es rememorar la procesión de El Paso
La Semana Santa no es ajena a esta memoria colectiva que enriquece y cohesiona a los abulenses. 
Una vez efectuado el Via Crucis, en la madrugada del Viernes Santo, todo el pueblo vuelve al templo para asistir a la procesión de El Paso. La hermandad de los morados, dirigida por el hermano mayor, y sus nazarenos, se aprestan a procesionar un trono rectangular, flanqueado por cuatro faroles modestos en cada esquina, en cuyo centro se yergue la figura de Jesús Nazareno, soportando sobre sus hombros una pesada cruz. Su rostro, coronado por una corona de espinas, manifiesta el dolor y el esfuerzo que tiene que hacer para poder mantenerse en pié a duras penas; Gracias a la ayuda de Simón de Cirene, la pesada cruz se desliza con dificultad. Sus manos huesudas se aferran a la cruz sujetándola con determinación, cumpliendo la promesa hecha a su Padre en el Huerto de Getsemaní de que no se hiciera su voluntad sino la suya. La túnica morada del Nazareno, trasluce un cuerpo magullado y maltratado por el terrible flagelo romano. Su lento caminar por las calles del pueblo, se ve acompañado por el sonido de la Bocina y las trompetas de los sumos sacerdotes. Consta de un pito de unos dos metros de largo con ruedas, que permiten deslizarse por el suelo y que emite un sonido profundo bajo,  en contraste con otra trompeta más corta de metal,  con sonido agudo. Los sonidos se intercalan empezando el bajo para luego unirse con el agudo. Ante el silencio de cientos de personas el sonido de las trompetas nos retrotraen a la larga vigilia del Señor -cuando fue negado por Pedro- y al recogimiento y la oración.
Detrás del Nazareno, San Juan Evangelista procesiona con la hermandad de los verdes, indicando con su dedo erguido el camino por donde va el Nazareno a la Virgen de los Dolores. Será en el Paseo de San Segundo, donde  San Juan presenta a la Virgen a su hijo con la cruz camino del Calvario. La plasticidad del encuentro de la madre con su hijo en el silencio de la mañana, sólo interrumpido por el sonido de la bocina, es de una belleza que conmueve y rompe el corazón. El trono de la Virgen de los Dolores es de una belleza barroca arrebatadora. Su rostro manifiesta el dolor de una madre ante el sufrimiento de su hijo. La imagen de la Escuela de Salzillo, si no del mismo maestro, bajo su dirección, es de un realismo que impresiona. Coronada bajo el manto bordado de hilo de oro y negro,  bajo palio de seis varales de níquel-plata, procesiona por las calles de Abla, bajo el mando del hermano mayor con distintivo negro y penitentes con cirios encendidos. Cincuenta cirios iluminan su rostro y el corazón de plata en el pecho traspasado por siete puñales...
En una esquina de la plaza rectangular se sitúa el trono del Nazareno  y paralelamente a esa esquina el Trono de la Virgen en medio está San Juan. En el otro extremo de la plaza aparece el trono de la Verónica que avanza zigzagueante al son de la bocina, genuflexa por tres veces en tierra frente al Nazareno; en ese instante se desliza un lienzo entre sus manos  y aparece el rostro de Jesús reflejado en el lienzo. La Verónica retrocede, mostrando el rostro de Jesús para posteriormente mostrárselo a la Virgen de los Dolores. Todo bajo el olor del incienso que se eleva hacia el cielo como forma colectiva de plegaria de un pueblo que reza. Todo acontece en un silencio que impresiona, sólo interrumpido por el sonido de la bocina que, plañidera, llora la tragedia de un hombre cuyo rostro hecho dolor, queda impreso en el paño de una mujer piadosa. 


Las Lumbres en San Antón




En Abla, hace un frío que pela en pleno mes de enero. El brasero o la chimenea son los únicos recursos asequibles para quitar el frío, eso, o jugar en la calle hasta la extenuación, cosa que los niños de los años  sesenta hacen habitualmente. Hoy 16 de enero se celebran las lumbres de San Antón, una de las fiestas más arraigadas del pueblo de Abla. Hoy se queman muebles viejos, aperos de labranza, leña y ramas restos de la poda, etc. 
La vuelta hacia las fiestas que marcaron nuestra infancia pueden causar una decepción, depende  de las expectativas con que se afrontan. Subí en coche por la calle Real para luego aparcar en los Granadillos y subir a pie por la calle de la Amargura hasta la plazoleta de San Antón, donde se encuentra la ermita. Hasta llegar allí no me crucé con ninguna persona. Una sensación de vacío embargó mi alma recordando a tantas personas con las que compartíamos rosas, vino y sobre todo amistad, vecindad y cariño.  Palpé la soledad junto a un sentimiento de añoranza de lo que fue a lo que es. Traté de suplirlo con mi imaginación y el recuerdo pero no lo conseguí: la calle iluminada por una luz tenue, acentuaba un sentimiento difícil de describir con palabras. Me preguntaba dónde estaban esas personas entrañables  -que eran parte de mi- y por qué no se oían sus voces y cantos de alegría junto a las lumbres que cada casa organizaba en la puerta de su casa en honor a San Antón, y que hacían  de la calle real de Plaza para arriba, un pueblo con un mismo sentir, incandescente y vitalista que, iluminaba el cielo estrellado abulense con el crepitar de las hogueras, y a las pavesas, estrellas fugaces efímeras que desaparecen en la noche de los tiempos.
Mi llegada a la plazoleta de San Antón, me restituye en el presente y la alegría con que fui recibido por mis amigos, mitigó la decepción de encontrarme ante una pequeña hoguera que ardía lentamente en un recipiente de metal de unos  dos metros cuadrados de lado. (cumpliendo así las nuevas ordenanzas). La inmensa hoguera que otrora ardía elevando sus llamas al cielo y rodeada por una multitud de mozos y mozas cantando coplas tradicionales, solo perviven en mi imaginación y el recuerdo. El mosto, las rosas, las tapas y la acogida de nuestro amigo Manolo Herrerías, hicieron el resto, y gracias a él, la tradición de San Antón se mantiene  en vigor pese al paso del tiempo: gracias, amigo Manolo. Tampoco puedo olvidar a Julio Ortiz, su hermano Juan y la familia de Los Ricardines en donde acabamos la noche, -mis amigos y yo, junto a su hoguera del Paseo de San Segundo- degustando un vino mosto excelente y un chocolate con buñuelos, gracias a la generosidad de su señora. Terminamos cogidos de la mano y bailando en torno al fuego, recordando lo que fuimos y lo que somos.

(N.B. Adaptar para el Libro de Abla)